Foto: Nora Spatola (2015). Vista desde Hradčany |
Buscar una dirección en Praga es un poco
desconcertante. Las puertas tienen dos números diferentes, uno en un cartelito
azul y otro en uno rojo. El del azul indica la dirección y el del rojo el
número de edificio. Los números de una vereda no son correlativos con los de la
opuesta: frente al 19 puede, por ejemplo, encontrarse el 63. El sistema, raro
para nosotros, es el de herradura. La numeración comienza en el nacimiento de
la calle y sigue en orden ascendente por una vereda. Al terminar la calle, la
numeración sigue en sentido opuesto por la vereda de enfrente.
Llegando al río Vltava (que, por esos caprichos
de la traducción o por incapacidad fonética, se conoce en español como Moldava)
nos sorprendió una primavera soleada pero un poco fría y el emblemático Puente Carlos tan atestado de gente que apenas podía verse. Tal es la suerte que ha
corrido la ciudad de Kafka después de la caída del comunismo: ser uno de los
objetivos principales de un turismo masivo al que, es justo decirlo, no somos
ajenos.
Entre la multitud del puente, de la que
resaltaba una pareja asiática que parecía reírse de las magníficas estatuas y
se sacaba fotos en cada una de ellas, surgió el sonido de dos acordeones que
interpretaban virtuosamente la Toccata y Fuga en re menor de Bach, para luego
arremeter con una versión aceleradísima de Libertango.
Era sábado y hubo que esperar a que pasara el
fin de semana para disfrutar del puente más despejado y de la vista del río y de
las extraordinarias cúpulas y los techos rojos que dominan el paisaje de la
ciudad desde Staré Město, la ciudad vieja, hasta la altura de Hradčany, pasando por Malá Strana.
El centro histórico es una mezcla entre tradición
y globalización: locales de masaje tailandés y pedicura con pececitos; expendios de
bebidas alcohólicas que ofrecen diversas variedades de absenta (incluida una
con cannabis); bares que ofrecen muy buenas cervezas de todos los tipos y más
baratas que un café; restaurantes especializados en goulash; vendedores de trdelník
(un pastel dulce y cilíndrico de origen eslovaco) y chicas que promocionan, en
una curiosa y solapada forma de marketing,
unas papas fritas cortadas en espiral insertadas en un palito de brochette. Las promotoras permanecen de
pie durante horas en las cercanías de los comercios, sosteniendo el palito con
las papas pero sin comerlas.
Ofreciendo excelente comida y cerveza a muy buenos precios, mucha historia y vistas excepcionales, Praga invita al placer.
Su idioma, impenetrable para nosotros (la única palabra checa que aprendimos
fue pivo, que significa cerveza),
obliga al uso del inglés, aunque es posible encontrar personas hispanoparlantes.
Puede ser un poco difícil entender el
sistema de numeración de los edificios, lo que no es nada difícil es entender
la inmensa atracción que produce esta fantástica ciudad en las millones de personas que la visitan cada año.
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