Foto: Nora Spatola (2015). Graben, Viena |
Caminando desde la estación central de trenes de Viena y a unas pocas cuadras del Jardín de Belvedere, nos sorprendió encontrarnos con
Argentinierstraße, la calle Argentina. Luego supimos que fue así bautizada en 1921, en
agradecimiento a la ayuda enviada por este país a Austria durante la crisis posterior
a la Primera Guerra Mundial.
Fuera de su tradición musical y de su condición de cuna del psicoanálisis, poco se sabe
de Viena por estas latitudes, al igual que poco parece saberse de la Argentina
en Viena. Caminando por el hermoso Naschmarkt, un gran mercado callejero, entre
enormes y variadas aceitunas y quesos, más de un vendedor, alguno de ellos de
origen árabe, al escuchar mi rudimentario alemán me preguntó de dónde veníamos. Ante
la respuesta, la expresión siempre fue de asombro, como extrañándose de que hubiéramos
podido llegar desde tan lejos, si es que sabían dónde quedaba el país del que les estaba hablando.
El orden, la limpieza y el buen estado de
conservación de Viena no pueden sino sorprender a un porteño como yo y provocar
una sensación de lejanía y a la vez de fascinación. También llama la atención que
varios restaurantes tengan todavía área para fumadores. En uno de ellos no pude evitar la
tentación de prender un cigarrillo después de unas salchichas con panceta y
papas, como tampoco pude evitar la pregunta, pese a la elocuencia del cartelito
en la puerta y a la humareda que nos recibió: “Kann man hier rauchen?”. “Ja!”,
contestó una amable y voluminosa señora que, de inmediato, me trajo un
cenicero.
Viena no es una ciudad para quienes buscan trasnochar
y vivir el ruido sino para quienes quieren recorrerla a pie de día o en las
primeras horas de la noche y dejarse impresionar por su belleza y majestuosidad.
No es difícil encontrar algún viejo y tradicional café o restaurante, como el Bräunerhof, para
pasar un buen rato en calma y respirar el clima de la cuidad, clima que
nos perdimos de vivir la última noche, luego de pasar el
día en la vecina Bratislava, ya que, por falta de tiempo, debimos cenar en un restaurante un poco impersonal cercano a nuestro alojamiento. Después de la comida, que era muy buena, el encargado nos preguntó, cómo no,
de dónde éramos. “Argentina tiene muy buenos jugadores de fútbol” dijo en
inglés. “Y la mejor carne”, agregó. “Hay un lugar en Viena donde se come carne
argentina. Es muy buena”.
En definitiva, no importa cuán lejos se esté, siempre hay cosas para
las cuales la distancia parece no importar demasiado.
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