martes, 19 de junio de 2012

Saudade (versión IV)


De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, en 2008 murieron 56.888.288 personas. El cancer mató a 7.583.252, 1.387.460 de esas muertes están vinculadas al tabaquismo. El hiv/sida, a 1.776.270. Los accidentes de tránsito a 1.208.691. 510.349 murieron por caídas accidentales. 71.475 por abuso de drogas. Los trastornos obsesivos fueron responsables de la muerte de 25. La migraña por la de 13. El pánico mató a 9. El insomnio a 7. Sólo un hombre y 30 mujeres murieron por caries.

La belleza no es una de las causas de muerte consideradas por la OMS. La belleza, tan tópica y vinculada a ese otro tropo el amor, duele, pero no mata. No como las muelas cariadas, excepcional pero potencialmente mortales, ni como los golpes. Duele como la inminencia de un final; como último día de colegio-trabajo-locación y como el primero que es el último de las vacaciones; como el aire que enfrentan los labios después de los besos; como las reuniones familiares contagiadas de melancolía y de una compulsión más teatral que cierta.

¿En que estarían pensando antes de romperse la crisma las más de setenta mil personas que murieron al caer accidentalmente? Su crepúsculo debe haber sido mínimo, casi instantaneo: uy, una cáscara de banana; la escalera tiene escarcha, tengo que pasar el secador; si sólo me estiro un poco más llego a reconectar la antena; mañana, mañana lo llamo.

La Belleza, que duele - no se puede dejar de decirlo especialmente si es Belleza con mayúscula - es una pura promesa. La belleza promete un anticipo de inmortalidad. Duele en la aspiración a poseer y consevar un poco de final, de fragilidad en sí. Retener las cosas así, tener todo el preámbulo de la muerte y aspirar hondamente a todos los finales y a toda la teleología. Vocación de equilibrismo.

Dolor, melancolía profunda, oscura, sentimiento redundante que llena el estómago de angustia y desgarra desde adentro, como hacen las manos desde afuera, la mesa del café brasilero.

Quiero llorar y no lo hago porque fui educado en un culto que lo condena.

Migraña: dolor de cabeza agudo y persistente. En fermedad crónica, ver migrañoso. ¡¿Se puede morir de eso?! Trece personas no pueden decir que sí. ¿Y de otra definición? La migraña podría perfectamente ser uno se esos seres que se llevan a los niños que se portan mal.

Sé que podría hundirme en días cada vez más cortos mirando las sombras acelerar sobre este mismo piso. Entiendo que en Kafka también hay paz y que ella no es necesariamente horrible.

Miedo pánico, generalizado, atacado, acabado,alabado sea dios y su temor y sus temerosos que serán los primeros en dejar su último puesto en el reino de los pobres. Bien aventurados los aventureros porque ellos se avienen a las aventuras.

Tengo casi treinta años.

Tiempotiempotiempotiempotiempotiempotiempotiempo, perdido en la ruinosa redundancia del tiempo.

Esto se dice menos: la fealdad también duele. Su dolor es físico y como el de la espalda y las articulaciones, crónico.

Se puede morir de una obsesión trastornada. Es menos probable que hacerlo por abuso de drogas, pero posible.
La fealdad trae un dolor al que algunos pueden acostumbrarse, como a la desgracia y al deshonor, como a las amputaciones. Es hospitalaria, como el ruido uniforme de las autopistas, esa obertura permanente para un mundo que mata. Esa verdad de los que crecimos rioplatenses. Un infiernito sudamericano, purgatorio arquitectónico. Mundo que arbuma de bullicio y ruido ensordecedores fente al silencio permanente de Dios que tenemos que interpretar y no sabemos. Un mundo que indiferentemente puede matarde insomnio o de frío.

La fealdad duele como la muerte. No es un final. No es su anticipación. Es el después. Cada día más tenue y más insoportable. Una ética para fantasmas. Distancias crecientes entre cuerpos y voluntades, entre uno y uno mismo.

Tiempo, tiempo, tiempo, ruido. Silencio

No es posible resignarse a la belleza y a la fealdad sí. Ni es posible entregarse a la belleza y sí a la mediocridad. La fealdad acaba siendo, a medida que uno se engaña y se desvive, una verdad reconfortante, plácida, y no tan fea.

La consecuencia de todo esto es ninguna y no duele, pero tampoco deja de ser una mierda.