Foto: Nora Spatola (2015). Venecia |
Según creo, supe de la existencia de Venecia siendo muy chico a través de un dibujo animado. No
puedo decir con exactitud cuál era (ni siquiera puedo saber con precisión si
fue así, aunque así lo recuerdo o así me parece recordarlo) pero es posible que
haya sido El Inspector. Lo cierto es que Venecia siempre me resultó un lugar
más perteneciente al mundo de la fantasía que al de la realidad. Las primeras
fotos aéreas que pude ver (en tiempos en que algo como Goggle Maps no podía
siquiera sospecharse) confirmaron esa idea. ¿Cómo podía existir una ciudad que
estuviera construida prácticamente sobre el agua y que en vez de calles tuviera
canales? Esas peculiaridades, su antigüedad y su belleza, sumadas a la distancia
reforzaron esa idea: Venecia no podía ser real.
Pero es real. Bueno, en cierto
modo lo es. Ahí están, en efecto, su Gran Canal, su Piazza San Marco, su Ponte Rialto, sus canales y sus puentes más pequeños y toda su extraordinaria
arquitectura. No es necesario buscar arte en Venecia porque toda ella lo es. Lo
que resulta irreal es que no parece tener vida fuera del turismo, como si se
tratara de un parque de diversiones sofisticado.
No quiero ser injusto, unos
pocos días no bastan para conocer su otra vida, la oculta, donde quizá uno pueda
dar con un buen restaurante de precios módicos y porciones generosas (cómo no
imaginar en Italia a un mozo de frondosos bigotes sirviendo suculentas y
abundantes pastas preparadas por una señora gorda) en vez de pizzerías con
estética fast food de dueños orientales que casi no hablan italiano, o
descarados restaurantes para turistas atendidos por inmigrantes norteafricanos,
seguramente muy mal pagos, que sirven platos escasos a precios exorbitantes.
Las góndolas, de aspecto
lujoso y funerario, forman parte de una especie de monopolio del transporte
recreativo y caro. No me fue muy difícil imaginar un futuro de góndolas
mecánicas en la ciudad convertida en una especie de Disneyworld barroco-renacentista.
Dicen que Venecia se hunde
poco a poco. Sería una verdadera pena, porque es una ciudad única en el más
pleno sentido de la palabra, aunque tampoco puedo evitar imaginarla totalmente
sumergida, convertida en la obsesión de los turistas aventureros que, por unos
cuantos Euros, podrían bucear entre las torres y los campanarios.
Pero Venecia sigue ahí,
hermosa e irresistible, llena de historia, canales, palacios, puentes y turistas.
Y, sin duda, vale la pena conocerla antes de que, si los pronósticos catastrofistas son acertados, desaparezca.
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