sábado, 17 de agosto de 2013

Filosofía y métodos del policial.


Publicado en CRAC Literatura,  1 


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“Si rebelarse contra una sociedad corrupta equivale a ser inmaduro, Philip Marlowe lo es en extremo. Si ver la basura donde hay basura constituye una señal de inadaptación social, Philip Marlowe es un inadaptado. Por supuesto, Marlowe es un fracasado, y lo sabe...supongo que a largo plazo somos todos fracasados o no tendríamos la clase de mundo que tenemos.” R. Chandler.

“Los cuentos de hadas no dan al niño su primera idea de los fantasmas. Lo que los cuentos de hadas dan al niño es su primera idea clara de una posible victoria contra el fantasma.” G. K. Chesterton.

Supuestamente todo comenzó con Poe, su socías, August Dupin, quien por una serie de contratiempos se había visto reducido a una pobreza tal que renunció a sus ambiciones mundanas, y el hábil orangután equilibrista con veleidades de barbero. Pero las cosas habían comenzado mucho antes. La primer y célebre historia ocurre en el viejo continente. El protagonista, investigador, recibe la noticia de un crimen perverso pronto a suceder y aparentemente inevitable. Durante la investigación, una serie de azares lo comprometen en un asesinato. Finalmente, comprende que el secreto del problema es un error de identidad; él mismo es el criminal. La clave del enigma, que da el tour de force al final de la historia es la misma que la de Resplandor Plateado de Conan Doyle. Como observa Chesterton, la joya, el caballo robado que da nombre al relato, desempeña también el papel de arma. En nuestro caso es la joya el arma pero también el investigador. Edipo lo comprende demasiado tarde.
En un típico truco de detective, Hamlet, el príncipe Danés, utiliza la presencia de una compañía teatral para testear la culpabilidad de Claudio y la veracidad de los testimonios del fantasma mediante una reconstrucción del hecho con la representación de “El asesinato de Gonzago”. Otro ejemplo de métodos detectivescos, esta vez más bien policiales, recrea Galileo Galilei en su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. Allí el copernicano investigador Salviati y su fiel watson Sagredo someten a extenuantes jornadas de interrogatorio a Simplicio, defensor de las ideas de Aristóteles, hasta que este se da por vencido y confiesa, ha estado equivocado. Galileo conocía bien los métodos de la inquisición. Los casos podrían multiplicarse indefinidamente. ¿Pero dónde queda entonces lo específico del policial?
El genero policial aparece a fines del siglo XIX junto a tres figuras fundamentales, la institución policial, la prensa diaria y el contexto urbano como formas de vida hegemónicas. Desde siempre, hablando en tiempos humanos, hubo crímenes, noticias, agentes de la ley y caseríos, pero no fueron el lugar natural del hombre hasta bien entrada la sociedad industrial. Fue por entonces que la ciencia y la tecnología vinieron a ocupar el lugar de la teología, la religión y los duendes de los bosques. Las novelas y cuentos de detectives vinieron a retratar y construir una nueva poesía y mitología. Pero lo que es más interesante es que no aparecieron para mostrar un mundo de crimen y terror, sino para señalar que este tenia sentido, que la ciudad podía tener una lógica tan interesante y las calles una poesía tan profunda como los bosques de Chaucer o los caminos del Quijote. Dicho en negro sobre blanco, fueron literatura popular en el mejor sentido.
Hablemos del método por un momento. Desde mediados del siglo XIX, siguiendo la larga tradición de la botánica, la esencia del método científico era concebida mayoritariamente en términos empiristas. La ciencia se basaba, se decía, en la experiencia, la observación minuciosa, tan exhaustiva como fuera posible, la clasificación de la información así obtenida y la búsqueda de nexos causales. Empresa más fácil de enunciar que de ejecutar. Esas son las ideas básicas del método detectivesco de Sherlock Holmes. Las marcas de unos anteojos sumadas a dos puños gastados eran la consecuencia del trabajo de una dactilógrafa corta de vista, el tatuaje de un pez en la muñeca, la prueba de un viaje a china, la aceptación de un trabajo por la mitad del salario esperado, la de un segundo interés detrás de dicha aceptación, etc. Se trataba de reducir los detalles de cada caso a un conjunto de regularidades tan naturales como los ciclos del Sol. Pero el secreto detrás de ello era el método no del detective penetrando en un misterio criminal, sino el del lector penetrando en un misterio literario. La clave no se encontraba en por qué los mormones habían hecho tal o cual cosa, sino en por qué Conan Doyle los había puesto en medio de los asuntos del detective cocainómano de Baker Street. La garantía del método Holmes, la verdad se encuentra manifiesta y es evidente para quien sabe observar los detalles y conoce los nexos causales asociados, está en su éxito. Holmes resuelve una y otra vez los enigmas con su método analítico deductivo, pero no aceptamos su solución porque confiemos en el método. Todo lo contrario, aceptamos el método, a veces extravagante, porque confiamos en Holmes y confiamos en él porque tiene éxito.
En El secreto del padre Brown, Chesterton manifiesta a través de su esférico detective otro método. El padre Brown confiesa allí que él puede resolver los crímenes porque él mismo los ha cometido. Es la confesión sincera del método hermeneútico alemán, el de la comprensión a través de la empatía, que sostendrían Dilthey y Schleiermacher. Las soluciones a los crímenes del mundo de Chesterton no tienen que ver, en general, con el descubrimiento de una regularidad que se subsume en una cadena causal, sino en la capacidad de ver con los ojos del criminal, de comprender su único estado psicológico. El misterio de los crímenes de Chesterton reside casi siempre en una falacia, un prejuicio, una observación sociológica que el criminal ha aprovechado. En un banquete de una sociedad de millonarios se produce un robo. Sólo están presentes los sirvientes y los millonarios. La solución del enigma reside en que el ladrón se presenta tanto un millonario como un sirviente. Le basta caminar erguido ante los sirvientes y bajar la cabeza ante los millonarios, para que el hábito social construya el resto sobre un traje de etiqueta. Pero nuevamente, Brown no es un mentalista ni un adivino y su método es tan infalible como su éxito nos muestra.
En una reseña, escribe Borges que en las malas ficciones policiales, la solución es de orden material - una barba falsa, una puerta secreta- y en las buenas de orden psicológico -un hábito mental, una superstición-. Acusa a Holmes de abusar de las soluciones del primer tipo y festeja a Brown, por preferir las del segundo. Lo que no nota es que ambos métodos tienen algo en común. Más allá del método o del carácter psicológico o no de las soluciones propuestas, ambas postulan la posibilidad de conocer a través de un método, de dar con la verdad, cuando la única justificación que tenemos para esa fe es el éxito limitado que los relatos exhiben. Se trata de una cuestión filosófica en la que nuevamente hay una complicidad central entre lectores autores y detectives: las cosas tienen un sentido y podemos acceder al mundo a través de la comprensión de ese sentido, para lo cual basta un conjunto limitado de evidencia.
Esta fe, injustificada como toda fe es el gran tabú del policial. Pero, al mismo tiempo es la clave de su épica. En esta fe compartida, en este principio metafísico y místico, más que metodológico, hay una complicidad total. A esta complicidad se suma un elemento, los investigadores del policial, son un poco todos los hombres y ejercen sus habilidades especiales, sin renunciar a personalidades con defectos muy comunes. El ejemplo más claro en este sentido es el detective de Chandler. Marlowe podrá ser un fracasado, pero es un héroe. Es un ejemplo de que hay algo más que triunfar en los negocios y que vale la pena elegir ese algo. Todos los detectives mencionados ejemplifican ese distanciamiento, ese arte de renuncia a lo mundano. Son todos marginales que eligen construir y dar testimonio de una sociedad que se construye y se aprecia desde sus márgenes. No tienen dinero, no tienen relaciones amorosas concretas, no pertenecen a una clase privilegiada ni son parte activa de ninguna institución. Y es por eso que comprenden realmente lo que ocurre. Y es por eso que creemos en ellos y hasta en sus métodos de una forma semejante a aquella por la que aceptamos la ciencia natural porque creemos en el hombre, ya que no en dios.