Al posponerse mi vuelo de Buenos Aires a Bariloche me encuentro haciendo fila el nuevo embarque con una muchacha, un hombre de unos cuarenta y cinco años y sus dos hijos, yendo a visitar a su familia al sur -la hermana del padre y tía de los niños, sin relación con la muchacha que tampoco tiene relación con ellos. Por afinidad, intereses comunes, nivel cultural y cosas por el estilo, los chicos y yo nos ponemos a hablar. Luego de un rato, el mayor, de unos doce trece pelo corto, chomba a rayas (seguro él la llama con otro nombre) y botines de fútbol color naranja con matices amarillo fluorescentes, me dice: es muy raro esto que voy a decirte. Esto, naturalmente, me genera grandes expectativas porque venimos de una interesante conversación en la cual acaba de explicarme su teoría acerca de por qué ahora se ha puesto de moda levantar las cejas en respuesta a las miradas de desconocidos (como en gesto de camorra, para que te enteres). Yo defendí que aquello no era ninguna moda, que era algo de siempre y muy de todos los barrios y que seguro que los egipcios lo hacían ya (sin lograr conmover su convicción, arguments convince nobody anyway).
Cuando te veo, es como si viera a mi hermano (once o doce años, ortodoncia móvil, camiseta negra con la inscripción Deutschland y banderitas rojo negras y amarillas en las mangas). Es como si viera a mi hermano pero en grande (no dijo viejo).
Joaquín (así se llama) y yo nos miramos a través de nuestros lentes y le digo que no se preocupe, que está a tiempo de hacer las cosas bien y que yo me he equivocado mucho (casi menciono a mi ex mujer que no tengo).
Lo que me llamó la atención, sin embargo, fue que en su mirada no había pena, ni desesperación, mucho menos espanto. No le parecía terrible, vergonzante ni una infamia, por lo menos en primera instancia, convertirse en algo como yo.
Me sentí un cocktail de James Bond, Batman y Billy de Kid con Errol Flynn (o el capitán sangre si es que no son la misma cosa) e Indiana Jones. Al notar lo desmedido y estúpido de mi reacción no pude evitar sonrojarme.
Después me contaron que viajan muy seguido al sur, que pescan, navegan y nadan en sus lagos. Les confesé, avergonzado, que apenas sé nadar.
Bariloche, 10 de Enero de 2012
3 comentarios:
Estimado Martín. Lo felicito por el texto: por la risa que me causó, por tener el nivel cultural para hablar con niños (suponer que los egipcios levantaban las cejas en señal de camorra lo demuestra)y por llenarse de orgullo al parecer uno de ellos (aunque de grande).
Sin duda los niños saben más cosas que los grandes, por lo que lo desmedido es la vergüenza.
PS: quien es el capitán sangre?
Estimada Ana:
Muchísimas gracias por su comentario. Los niños son, valga la redundancia, muy jóvenes y han tenido menos contacto con la imbecilidad y mezquindad humanas. A veces eso basta para ser más sabio que la mayor parte de la gente. Igualmente, lo que prefiero de ellos, es el adulto que llevan dentro, los adultos, algunos de ellos.
Saludos, M.
PS. http://www.imdb.com/title/tt0026174/
A mi no. Me gusta lo que tienen de niños y en todo caso me gusta el niño que está en los adultos, algunos de ellos...
Saludos, a
ps: gracias por el dato. Lo recordaré. Adios.
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