Estrella se enamoró una
vez en su vida y ese amor fue su vida. Quizás por la fuerza de ese
amor, quizás para evitarse el molesto e innecesario consumismo erótico o sólo para contradecir el
dicho popular de que todo lo que es es bueno, que si algo ocurre es
por un motivo y para mejor. Habiéndola conocido, apostaría a que al principio fue por la tentación del silencio, la soledad, por romanticismo, y después por la fuerza del hábito. Como sea, de uno u otro modo y de todas
formas, ese marinero que fue su vida, fue su amor y no volvió al barrio del Abasto.
Estrella era una de esas
tías que siempre fueron grandes, una mujer vieja ya a los cincuenta, experimentada como una
viuda sin los engaños iniciales del matrimonio, un ser humano más
allá de las humanas necesidades y, en consecuencia, una presencia
profundamente sabia e indiferente. Sabía tomar grappa en
una copa de licor, cruzada de piernas y con una paciencia de inmortal
para no apurar la bebida. No tenía ya nada que esperar del
tiempo ni, mucho menos, de los demás. Nunca supe su nombre real, si es que tenía otro, ni cuál era su parentesco con nosotros. Era un personaje siempre al borde de la ausencia, una especie de florero
vivo, un ser decorativo en las reuniones familiares, vagamente
consciente de su papel. Una de esas figuras que con la de mis abuelos fue desapareciendo de la familia y sus encuentros, simultáneamente a
los encuentros y llevándose consigo a la familia.
Como nos ocurre a todos,
al menos a los que vivimos lo suficiente, los lazos familiares duran lo que la infancia y se va con ellas nuestra capacidad de confiar en un
orden fijo e inalterable, en que algo hay seguro. Y aunque fuera
distinto para mi de lo que es para los otros (incluso mis otros más
cercanos, primos, hermanos, tíos) es algo que se
da por perdido irreversiblemente. Y con mi graduación mis compañeros.
Adulto solo como
Estrella, como todos los de mi estrellada generación, que somos
tantos y tan idénticos, tan carentes y tan anhelantes, tan impotentes
de tanta posibilidad. A fin de cuentas ella fue una adelantada y
como todo visionario supo ir más allá de su propio futuro no
todavía visto, supo conocer un amor verdadero, un marinero cuyo nombre
no le oí nunca y cuya imagen morirá con ella, si es que todavía no
han muerto ya. Con tantas cosas que se pierden...
Nosotros, mientras
tanto, ya no sabemos ni llorar, ni querer, ni el porqué de nada.
4 comentarios:
Me encantó, Martín...Me retrotrae a uno de mis cuentos favoritos de Truman Capote, "Un recuerdo nadiveño" y al libro "El harpa de hierba", también de él.
Te recomiendo el cuento, está en internet.
Besos.
Querida Elisa:
Muchas gracias por el comentario y la recomendación. Voy a conseguir y leerme en breve algunos de los cuentos de Capote.
Un beso, M.
Hola,de casualidad encontre este sitio.
Muy pero muy bueno.Que pena que sea tan corto.Me voy a robar algunos fragmentos para mi tarea de lecto,con permiso : )
Anónimo,
Tienen todo mi permiso. Gracias y aproveche.
Saludos, M.
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