Hace un tiempo habíamos compartido con nuestros lectores algunos de los refinados análisis que el crítico Pierre Duchant había volcado en su obra de reciente y póstuma edición La construcción virtual del imaginario social: prolegómenos a una crítica de la ficción popular en la era multimedial. Habíamos mencionado allí Otros libros, del mismo autor, que ilustra una etapa menos madura aunque tal vez más variada e intensa de su producción. Tal libro es prácticamente inhallable. Los ejemplares de la exigua edición financiada por el propio Duchant con el auxilio pecuniario de algunos de sus compañeros de esos días han sufrido los más diversos contratiempos, resultando, usualmente, en la desaparición o destrucción de muchos de ellos (que es decir, de casi todos).
Hace pocos días me detuve unos segundos a intentar encontrar una regla que explicara la variedad de artículos dispuestos sobre una tela algo sucia y gastada que hacía las veces de puesto comercial en la feria del Parque de los Patricios. Allí convivían un zapato que debe haber sido usado largamente por una mujer, probablemente de avanzada edad (tanto ésta como aquél), lo que parecía la rejilla del frente de un ventilador a la que le faltaba una de las trabas para montarlo en el resto del dispositivo apropiado, dos casetes del grupo Pandora y uno de Juan Ramón, un candelabro plateado algo ennegrecido y algunos pocos artículos más de la misma especie. Mirando a mi alrededor los restantes puestos, noté que uno de ellos exhibía, como ya habrá imaginado el lector, algunos libros. Creo recordar un ejemplar de algún volumen de la colección Jazmín, algo acerca de la verdad sobre el fenómeno ovni y Otros libros. Mi estupidez instintiva llevó a que me preguntase inmediatamente cómo un libro así había ido a parar a un lugar como ese, pero por la enumeración anterior ya se habrá notado que cualquier respuesta sería una yuxtaposición trivial de azares. Lo importante, evidentemente, es que me hice con el libro a un precio absurdamente barato.
Reproduzco a continuación la primera parte de Irrésistible destruktion. Apuntes para una vida de Jón Stefánsson, extraído del mencionado libro.
La vertiginosa operación de trazar el mapa de las volátiles fronteras de la literatura actual conlleva la violencia del compromiso activo del lector-crítico que establece como determinada, tal vez irremediablemente, una topografía que sólo existe en la medida en que es delineada. La posibilidad de que algunos movimientos incipientes encuentren su interlocutor adecuado y puedan desarrollarse, sólo ocurre durante un breve instante. El lector atento a la necesidad de nuevas formas de apropiarse del mundo mediante el lenguaje debe estar disponible para escuchar los ecos remotos de autenticidad en manifestaciones que pueden aún no haber alcanzado su forma plena. La rapidez con que viaja la información en la actualidad, dada la velocidad de los medios de comunicación y transporte, arroja frente a nuestros ojos un continuo de nuevos candidatos a expandir los límites de lo literario. Esta compleja situación es la que puso a quien esto escribe frente a quien sería uno de los más grandes integrantes de la novísima generación de transformadores del arte de la palabra. Me refiero, claro está, al herético Jón Stefánsson.
Su breve y poco ortodoxa trayectoria, su nula disposición a tratar con los círculos canónicos de la literatura y su fascinación por las personas que encarnan aquello que la civilización quiere expulsar y se niega a ser expulsado, hicieron que su poesía no fuera leída y comprendida en toda su dimensión y complejidad. Desandar esta complejidad requiere comprender la múltiple y sinuosa gestación de su peculiar forma de expresión.
Los días de su primera juventud no fueron sino una vertiginosa sucesión de movimientos que, para quienes lo conocimos, daba la impresión de un escape hacia el caos pero que, y esto sólo lo fuimos comprendiendo con el tiempo y la reconstrucción póstuma, estaba determinada por lo que él llamaba su “figura en el tapiz”.
Esa misma forma de vida, la de sumergirse en el caos (o, en palabras de Friederich Grüneberg, de “emerger de la trama de sentido”) es ahora vista, a partir de los agudos trabajos de Harold Pointer, como el paralelo exacto de su proceso literario y ha permitido, extrapolando procesos, situaciones y estructuras de uno de esos planos hacia el otro, reunir y otorgar significado tanto a los dispersos fragmentos de su obra como a los de su vida.1
Cierto es que todas estas múltiples capas unificadoras fueron enfáticamente impugnadas por algunos de los compañeros de sus últimos días, que veían en estos ejercicios una falta de comprensión de la dinámica interna de su producción, cuando no una malintencionada tergiversación de su propia esencia. Olvidan estos pretendidos albaceas, en su afán de cercar los despojos de Stefánsson, que su puntillosa coherencia ética de escribiente lo empujaba a desbaratar todo aquello que pudiera ser considerado como esencia en su literatura, así lo entendió Pointer, y a favorecer las más diversas apropiaciones de su poesía. No es necesario, por tanto, impugnar nosotros la lectura que de estos textos hacen sus autoproclamados herederos, toda vez que pueden arrojar luz sobre alguno de sus múltiples aspectos, pero sí mantener abiertas las innumerables vías de acceso que el poeta supo trazar.
Es en esa misma multiplicidad semántica donde el sociólogo Horacio Gonçalves ve las razones de la extendida influencia que Stefánsson ha ejercido sobre la más reciente generación de literatos de todo el orbe. Estamos de acuerdo con Gonçalves, siempre y cuando no se pierda de vista que la riqueza de los textos depende también de la peculiar interrelación entre los rincones del mundo contemporáneo desde donde nuestro autor leía a la tradición, la visión que sobre aquéllos le proporcionaba su experiencia de lector y la mencionada ética que ordenaba cada una de sus decisiones. Haciendo hincapié de manera diferenciada en cada uno de estos aspectos fueron creciendo desde los aún cercanos días de su muerte una plétora de movimientos culturales y literarios que continúan la fértil tradición inaugurada por Stefánsson.
Para comprender la vasta riqueza de su mundo intelectual en toda su dimensión, es necesario que nos adentremos en la génesis de tan singular producción, que no es sino adentrarse, como hemos dicho, en las múltiples facetas de su biografía.
1 Pointer acompaña su articulado análisis con una completa y exquisita selección de fragmentos anotados por Stefánsson en diversos lugares y circunstancias. Lo extenso y pormenorizado de esta reconstrucción proporciona a Pointer la incontestable evidencia en favor de sus originales puntos de vista. El fragmento más elocuente que el erudito esgrime (extraído del ahora denominado Manuscrito de Soldati) proclama: “Para mí, la literatura y la vida son como las dos caras de la misma moneda” (Ms. Sold. p.14 in fine)
5 comentarios:
Me aburren! cuanto hace que no escriben nadaa!!!
Ana: ¿Aburrida por lo que escribimos o por lo que no escribimos? Parece que las musas no vienen. Pronto se va a publicar la parte 2 de la vida de Jón Stefánsson. A menos que, antes que eso suceda, alguno de mis compañeros se digne a publicar algo.
¡Vaya! No sé si Uds. suelen ser siempre tan complacientes (en tal caso, podría hacer este tipo de pedidos más seguido) o, lo que es más probable, la nueva publicación ha sido tan sólo una casualidad. Pero cualquiera sea el caso, mi mente está satisfecha, como cuando se tiene la sensación de haber logrado algo.
Si bien, esta vez disiento un poco con el autor del nuevo post.
Es que Fantino, tal como es, es un tipo que me cae muy bien. Precisamente por eso, porque no intenta vender una imagen distinta a lo que en esencia es: alguien que nació en un pueblo de Santa Fe, que creció cerca del río junto a un padre que lo llevaba a pescar y que de chico (dicho por él mismo) no fue acostumbrado a leer porque, como ocurre en muchos hogares donde los hombres son trabajadores (no profesionales) y las mujeres amas de casa, invariablemente, la lectura de libros no forma parte del quehacer cotidiano. Hecho que de ningún modo, considero lo coloca en una situación inapropiada para recomendar la lectura de libros. Precisamente, su carácter de conductor popular, es lo que puede hacer que su mensaje tenga mayor recepción entre sus más fieles seguidores, quizás, gente más cercana al fútbol o propensa a ver su programa de "tv basura" que a tomar un libro, que dicho sea de paso, y sacándonos las caretas, tiene un público muy amplio en edades, clases sociales y culturales.
Por mi parte, muchas veces lo he visto y me ha venido más que bien para distraerme y distenderme. Además, capítulo aparte, a mi modesto entender, guarda alguna diferencia con otros programas a los que sí llamo basura propiamente dicha: por el horario en que se emite, hay mayor margen de tolerancia para los exabruptos; porque no repite basura de otros programas (en todo caso, habrá que analizar si crea las propias pero al menos eso ya es algo) y fundamentalmente, porque no promueve la típica pelea entre los invitados, sino más bien la concordia y la alegría.
Para finalizar, aclaro que no he recibido dádiva alguna de parte de Fantino para escribir todo ésto, ni tampoco me prometió estar en su programa de televisión, siquiera detrás de cámara, como así, que no soy pariente, amiga ni deudora. Simplemente lo dije "porque me salió".
PD: M: Cortés Garabaglia: releeré tu último post a la espera del nuevo.
Gracias por comentar.
Es que la cosa no pasa por Fantino, sino por la escasez de espacios que quedan libres de ruido y por la paradoja que implica instar a leer cuando lo que se hace, en definitiva, es molestar al que quiere hacerlo. Y, por otro lado, aunque en segundo plano, lo absurdo que me resulta que alguien que vive de la tele y hace programas no precisamente muy creativos o cultos, me diga que tengo que leer. El juicio valorativo sobre Fantino y su programa es, en este caso, subjetivo e irrelevante, y sí, es verdad, los contenidos son originales.
De todos modos no creo que el consejo televisivo de que hay que leer sirva para nada, francamente, lo diga Fantino o Víctor Hugo (también vi el aviso suyo en el subte). En principio, creo que lo mejor que podría pasar es que el mundo no estuviera lleno de televisores en bares, restaurantes, subtes y micros. Y que no hubiese música fuerte en todos lados. Digo, que haya un poco de silencio, de tranquilidad, para pensar, para leer, para conversar. Menos ruido.
He aquí, de paso, una cita de Abelardo Castillo que, a mi juicio, viene a cuento.
"“Es muy difícil incentivar en un chico el hábito de la lectura, sobre todo en estos tiempos, en los que la cultura de la imagen tiene tanto peso. Yo no sé cómo hacerlo, pero en broma he recomendado el siguiente procedimiento:Colocar en una biblioteca muy alta las obras que uno quiere que el niño lea y, luego, prohibirle tocar esos libros. Entonces, eso es lo que va a llamar la atención del chico, quien probablemente se trepará a escondidas para leer esos textos.”
Saludos.
No, Srta. Ana. No somos complacientes, y menos Colucci que es un mal llevado (lo digo con cariño). Parece que todo ha sido una casualidad. De todas maneras, se agradecen los comentarios y los pedidos porque son un estímulo a seguir escribiendo y publicando. Más aun en estos momentos en que las lecturas y comentarios en los blogs están en baja, en parte gracias (o por culpa de) Facebook.
Un saludo cordial.
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