
A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso.
martes, 13 de marzo de 2012
jueves, 19 de enero de 2012
EL RUIDO IV (Haz lo que yo digo)
jueves, 17 de noviembre de 2011
Irrésistible destruktion. Apuntes para una vida de Jón Stefánsson (Parte I)
Hace un tiempo habíamos compartido con nuestros lectores algunos de los refinados análisis que el crítico Pierre Duchant había volcado en su obra de reciente y póstuma edición La construcción virtual del imaginario social: prolegómenos a una crítica de la ficción popular en la era multimedial. Habíamos mencionado allí Otros libros, del mismo autor, que ilustra una etapa menos madura aunque tal vez más variada e intensa de su producción. Tal libro es prácticamente inhallable. Los ejemplares de la exigua edición financiada por el propio Duchant con el auxilio pecuniario de algunos de sus compañeros de esos días han sufrido los más diversos contratiempos, resultando, usualmente, en la desaparición o destrucción de muchos de ellos (que es decir, de casi todos).
Hace pocos días me detuve unos segundos a intentar encontrar una regla que explicara la variedad de artículos dispuestos sobre una tela algo sucia y gastada que hacía las veces de puesto comercial en la feria del Parque de los Patricios. Allí convivían un zapato que debe haber sido usado largamente por una mujer, probablemente de avanzada edad (tanto ésta como aquél), lo que parecía la rejilla del frente de un ventilador a la que le faltaba una de las trabas para montarlo en el resto del dispositivo apropiado, dos casetes del grupo Pandora y uno de Juan Ramón, un candelabro plateado algo ennegrecido y algunos pocos artículos más de la misma especie. Mirando a mi alrededor los restantes puestos, noté que uno de ellos exhibía, como ya habrá imaginado el lector, algunos libros. Creo recordar un ejemplar de algún volumen de la colección Jazmín, algo acerca de la verdad sobre el fenómeno ovni y Otros libros. Mi estupidez instintiva llevó a que me preguntase inmediatamente cómo un libro así había ido a parar a un lugar como ese, pero por la enumeración anterior ya se habrá notado que cualquier respuesta sería una yuxtaposición trivial de azares. Lo importante, evidentemente, es que me hice con el libro a un precio absurdamente barato.
Reproduzco a continuación la primera parte de Irrésistible destruktion. Apuntes para una vida de Jón Stefánsson, extraído del mencionado libro.
La vertiginosa operación de trazar el mapa de las volátiles fronteras de la literatura actual conlleva la violencia del compromiso activo del lector-crítico que establece como determinada, tal vez irremediablemente, una topografía que sólo existe en la medida en que es delineada. La posibilidad de que algunos movimientos incipientes encuentren su interlocutor adecuado y puedan desarrollarse, sólo ocurre durante un breve instante. El lector atento a la necesidad de nuevas formas de apropiarse del mundo mediante el lenguaje debe estar disponible para escuchar los ecos remotos de autenticidad en manifestaciones que pueden aún no haber alcanzado su forma plena. La rapidez con que viaja la información en la actualidad, dada la velocidad de los medios de comunicación y transporte, arroja frente a nuestros ojos un continuo de nuevos candidatos a expandir los límites de lo literario. Esta compleja situación es la que puso a quien esto escribe frente a quien sería uno de los más grandes integrantes de la novísima generación de transformadores del arte de la palabra. Me refiero, claro está, al herético Jón Stefánsson.
Su breve y poco ortodoxa trayectoria, su nula disposición a tratar con los círculos canónicos de la literatura y su fascinación por las personas que encarnan aquello que la civilización quiere expulsar y se niega a ser expulsado, hicieron que su poesía no fuera leída y comprendida en toda su dimensión y complejidad. Desandar esta complejidad requiere comprender la múltiple y sinuosa gestación de su peculiar forma de expresión.
Los días de su primera juventud no fueron sino una vertiginosa sucesión de movimientos que, para quienes lo conocimos, daba la impresión de un escape hacia el caos pero que, y esto sólo lo fuimos comprendiendo con el tiempo y la reconstrucción póstuma, estaba determinada por lo que él llamaba su “figura en el tapiz”.
Esa misma forma de vida, la de sumergirse en el caos (o, en palabras de Friederich Grüneberg, de “emerger de la trama de sentido”) es ahora vista, a partir de los agudos trabajos de Harold Pointer, como el paralelo exacto de su proceso literario y ha permitido, extrapolando procesos, situaciones y estructuras de uno de esos planos hacia el otro, reunir y otorgar significado tanto a los dispersos fragmentos de su obra como a los de su vida.1
Cierto es que todas estas múltiples capas unificadoras fueron enfáticamente impugnadas por algunos de los compañeros de sus últimos días, que veían en estos ejercicios una falta de comprensión de la dinámica interna de su producción, cuando no una malintencionada tergiversación de su propia esencia. Olvidan estos pretendidos albaceas, en su afán de cercar los despojos de Stefánsson, que su puntillosa coherencia ética de escribiente lo empujaba a desbaratar todo aquello que pudiera ser considerado como esencia en su literatura, así lo entendió Pointer, y a favorecer las más diversas apropiaciones de su poesía. No es necesario, por tanto, impugnar nosotros la lectura que de estos textos hacen sus autoproclamados herederos, toda vez que pueden arrojar luz sobre alguno de sus múltiples aspectos, pero sí mantener abiertas las innumerables vías de acceso que el poeta supo trazar.
Es en esa misma multiplicidad semántica donde el sociólogo Horacio Gonçalves ve las razones de la extendida influencia que Stefánsson ha ejercido sobre la más reciente generación de literatos de todo el orbe. Estamos de acuerdo con Gonçalves, siempre y cuando no se pierda de vista que la riqueza de los textos depende también de la peculiar interrelación entre los rincones del mundo contemporáneo desde donde nuestro autor leía a la tradición, la visión que sobre aquéllos le proporcionaba su experiencia de lector y la mencionada ética que ordenaba cada una de sus decisiones. Haciendo hincapié de manera diferenciada en cada uno de estos aspectos fueron creciendo desde los aún cercanos días de su muerte una plétora de movimientos culturales y literarios que continúan la fértil tradición inaugurada por Stefánsson.
Para comprender la vasta riqueza de su mundo intelectual en toda su dimensión, es necesario que nos adentremos en la génesis de tan singular producción, que no es sino adentrarse, como hemos dicho, en las múltiples facetas de su biografía.
1 Pointer acompaña su articulado análisis con una completa y exquisita selección de fragmentos anotados por Stefánsson en diversos lugares y circunstancias. Lo extenso y pormenorizado de esta reconstrucción proporciona a Pointer la incontestable evidencia en favor de sus originales puntos de vista. El fragmento más elocuente que el erudito esgrime (extraído del ahora denominado Manuscrito de Soldati) proclama: “Para mí, la literatura y la vida son como las dos caras de la misma moneda” (Ms. Sold. p.14 in fine)
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Conjeturas
martes, 11 de octubre de 2011
Jornada de arte barroco
JORNADA DE ARTE BARROCO
Sábado 15 de octubre, 18 hs
PROGRAMA:
El barroco en Rubens y Bach
Charla a cargo de Luis Colucci y Mariano Lastiri
Música barroca en vivo
A cargo de Ivonne Subía (guitarra) y Gabriel Huároc (tenor)
ENTRADA GRATUITA
Escuela de Arte y Cultura EL FARO
Castro Barros 471 CABA
sábado, 17 de septiembre de 2011
Hormigas
Tenía razón Quino cuando decía que la vida se parece más a la vida que a la publicidad.
Pasa que ayer me levanté medio torcido y encima resultó que el último resto de yerba que me quedaba era puro polvo, así que bajé al chino de al lado a reponer y me encontré con que el saludo aleatorio había caído en el casillero NO, como suele suceder unos veintinueve días al mes, excepto en febrero. Lo que no tiene nada de aleatorio en ese mercadito es la no emisión del ticket correspondiente, aunque indefectiblemente se me cobre hasta el último centavo del IVA.
Cuando saqué el billete de cien el tipo me miró como si yo fuese un delincuente que, con la excusa de comprar yerba, iba a su negocio a esa hora de la mañana a robarle el escaso cambio de la caja.
Al volver, el perrito de la del sexto terminó de despertarme durante cinco pisos de ladridos en ascensor. Yo reprimí las ganas de darle de puntín en el hocico, porque ya de por sí la tipa es insoportable, así que ni quería imaginarme como se habría puesto si le hubiese asestado un golpe en la trompa a su igualmente insoportable can.
“Tengo toda la mañana para componer”, pensé, y con el mate caliente y sin saber muy bien qué iba a hacer me senté frente a la computadora.
Los martillazos del plomero que trabajó durante toda la mañana en el departamento H, que empezaron dos minutos después de la primera cebada y antes de que escribiera una sola nota, terminaron en el momento exacto en que debía llegar mi primer alumno. Por lo menos el ruido que me taladró incesantemente el cerebro durante unas cuatro horas me sirvió de excusa por no haber compuesto siquiera un compás cuando, en realidad, no se me había caído una miserable idea.
Quince minutos más tarde de la hora en que debía haber comenzado su clase, llamó el alumno para informarme que no había venido.
“Voy a aprovechar a ver si me sale algo ahora” pensé en el instante exacto en que el monitor se ponía cruelmente negro y se apagaban las luces del módem. Entonces hice el típico gesto tonto de intentar prender la luz para corroborar que se trataba de un obvio corte de energía eléctrica. Llamé a Edesur para obtener información de la causa y /o duración del corte pero no obtuve respuesta.
Suspendí todas las actividades de la tarde y me fui un largo rato a deambular por las librerías de la calle Corrientes, a ver si la literatura podía tapar un poco la realidad. Aunque la ida en el 6 fue terrible por lo lenta y la vuelta lo fue más aún por lo lenta y por lo incómoda, el viaje al centro me cambió el humor; además volvía con un libro nuevo y, cuando llegué a mi edificio, ya había vuelto la luz.
Desde un departamento vecino, una reunión de adolescentes o treintañeros, que en el los albores del siglo XXI viene a ser casi lo mismo, invadió mi lectura con ráfagas de interjecciones y risotadas etílicas o simplemente idiotas. El silencio otorgaba breves pausas que me permitían retomar la página cuya lectura había sido interrumpida, pero por cada una que avanzaba debía retroceder otra, lo que llevó a que después de una hora sólo hubiese logrado leer varias veces la primera de ellas.
Frustrado con la no lectura, decidí poner la tercera sinfonía de Górecki a un volumen moderado pero lo suficientemente alto como para que la voz de Zofia Kilanowicz relegara las voces vecinas a un segundo plano. Me tiré en la cama con un whisky doble y, luego de tomármelo de unos pocos tragos, apagué la luz para tratar de dormir.
Entonces, en un súbito arranque de conformismo, pensé que Quino también tenía razón cuando decía que, comparada con una tragedia como la guerra, una invasión de hormigas a las plantas del hogar no puede tomarse como una desgracia, sino a lo sumo como una situación antipática. También pensé que, aunque así sea, tener que enfrentarme diariamente a este gran hormiguero, que a veces siento que me invade, me resulta casi doloroso, aunque yo también sea parte de él.
Finalmente, lo que me invadió fue el sueño; y las voces, Górecki, Quino y las hormigas se fueron tornando cada vez más lejanos.