martes, 13 de marzo de 2012

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jueves, 19 de enero de 2012

EL RUIDO IV (Haz lo que yo digo)

Digamos que sí, que tiene razón, que es mejor, mucho mejor. Quiero hacerle caso y, aunque lo intento, no puedo, porque hay algo que me lo impide. ¿Para qué vamos a discutir si estamos de acuerdo? Bueno, discutir es una forma de decir, porque si bien la voz proviene de una pantalla como las que imaginó Orwell, en este caso el que habla no puede verme ni oírme, mientras que yo estoy obligado a hacerlo. A oírlo, ya que fácilmente puedo evitar verlo dándole la espalda, como lo estoy haciendo ahora. ¿Qué más querría yo que hacerle caso? Pero no, no hay manera; y eso que tengo tiempo, porque la frecuencia de la línea H es muy baja y, como recién se me fue uno, va a pasar un buen rato hasta que venga el próximo. Además, a esta hora no viaja mucha gente, así que en el andén hay un par de asientos libres en los que me puedo acomodar, como supongo que también podré hacerlo en el vagón. Entonces me siento, tomo el libro, examino el índice, elijo un cuento lo suficientemente breve como para poder terminarlo sumando el tiempo de la espera y el viaje y, en el momento exacto en que poso mi vista sobre la primera línea, irrumpe, estrepitosa, la voz de un ex relator de fútbol y actual conductor de tele-basura que me invita a leer, que me dice que leer está bueno y que leyendo un libro se aprende más que viendo sesenta, seiscientas o seis mil horas de televisión, aunque tal vez él nunca haya visto un libro de cerca. Sí, Fantino - le espeto absurdamente a la pantalla - eso es precisamente lo que estaría haciendo ahora si no me estuvieras interrumpiendo desde uno de esos televisores que algún hijo de puta decidió poner en todas las estaciones de subte de Buenos Aires.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Irrésistible destruktion. Apuntes para una vida de Jón Stefánsson (Parte I)

Hace un tiempo habíamos compartido con nuestros lectores algunos de los refinados análisis que el crítico Pierre Duchant había volcado en su obra de reciente y póstuma edición La construcción virtual del imaginario social: prolegómenos a una crítica de la ficción popular en la era multimedial. Habíamos mencionado allí Otros libros, del mismo autor, que ilustra una etapa menos madura aunque tal vez más variada e intensa de su producción. Tal libro es prácticamente inhallable. Los ejemplares de la exigua edición financiada por el propio Duchant con el auxilio pecuniario de algunos de sus compañeros de esos días han sufrido los más diversos contratiempos, resultando, usualmente, en la desaparición o destrucción de muchos de ellos (que es decir, de casi todos).

Hace pocos días me detuve unos segundos a intentar encontrar una regla que explicara la variedad de artículos dispuestos sobre una tela algo sucia y gastada que hacía las veces de puesto comercial en la feria del Parque de los Patricios. Allí convivían un zapato que debe haber sido usado largamente por una mujer, probablemente de avanzada edad (tanto ésta como aquél), lo que parecía la rejilla del frente de un ventilador a la que le faltaba una de las trabas para montarlo en el resto del dispositivo apropiado, dos casetes del grupo Pandora y uno de Juan Ramón, un candelabro plateado algo ennegrecido y algunos pocos artículos más de la misma especie. Mirando a mi alrededor los restantes puestos, noté que uno de ellos exhibía, como ya habrá imaginado el lector, algunos libros. Creo recordar un ejemplar de algún volumen de la colección Jazmín, algo acerca de la verdad sobre el fenómeno ovni y Otros libros. Mi estupidez instintiva llevó a que me preguntase inmediatamente cómo un libro así había ido a parar a un lugar como ese, pero por la enumeración anterior ya se habrá notado que cualquier respuesta sería una yuxtaposición trivial de azares. Lo importante, evidentemente, es que me hice con el libro a un precio absurdamente barato.

Reproduzco a continuación la primera parte de Irrésistible destruktion. Apuntes para una vida de Jón Stefánsson, extraído del mencionado libro.

La vertiginosa operación de trazar el mapa de las volátiles fronteras de la literatura actual conlleva la violencia del compromiso activo del lector-crítico que establece como determinada, tal vez irremediablemente, una topografía que sólo existe en la medida en que es delineada. La posibilidad de que algunos movimientos incipientes encuentren su interlocutor adecuado y puedan desarrollarse, sólo ocurre durante un breve instante. El lector atento a la necesidad de nuevas formas de apropiarse del mundo mediante el lenguaje debe estar disponible para escuchar los ecos remotos de autenticidad en manifestaciones que pueden aún no haber alcanzado su forma plena. La rapidez con que viaja la información en la actualidad, dada la velocidad de los medios de comunicación y transporte, arroja frente a nuestros ojos un continuo de nuevos candidatos a expandir los límites de lo literario. Esta compleja situación es la que puso a quien esto escribe frente a quien sería uno de los más grandes integrantes de la novísima generación de transformadores del arte de la palabra. Me refiero, claro está, al herético Jón Stefánsson.

Su breve y poco ortodoxa trayectoria, su nula disposición a tratar con los círculos canónicos de la literatura y su fascinación por las personas que encarnan aquello que la civilización quiere expulsar y se niega a ser expulsado, hicieron que su poesía no fuera leída y comprendida en toda su dimensión y complejidad. Desandar esta complejidad requiere comprender la múltiple y sinuosa gestación de su peculiar forma de expresión.

Los días de su primera juventud no fueron sino una vertiginosa sucesión de movimientos que, para quienes lo conocimos, daba la impresión de un escape hacia el caos pero que, y esto sólo lo fuimos comprendiendo con el tiempo y la reconstrucción póstuma, estaba determinada por lo que él llamaba su “figura en el tapiz”.

Esa misma forma de vida, la de sumergirse en el caos (o, en palabras de Friederich Grüneberg, de “emerger de la trama de sentido”) es ahora vista, a partir de los agudos trabajos de Harold Pointer, como el paralelo exacto de su proceso literario y ha permitido, extrapolando procesos, situaciones y estructuras de uno de esos planos hacia el otro, reunir y otorgar significado tanto a los dispersos fragmentos de su obra como a los de su vida.1

Cierto es que todas estas múltiples capas unificadoras fueron enfáticamente impugnadas por algunos de los compañeros de sus últimos días, que veían en estos ejercicios una falta de comprensión de la dinámica interna de su producción, cuando no una malintencionada tergiversación de su propia esencia. Olvidan estos pretendidos albaceas, en su afán de cercar los despojos de Stefánsson, que su puntillosa coherencia ética de escribiente lo empujaba a desbaratar todo aquello que pudiera ser considerado como esencia en su literatura, así lo entendió Pointer, y a favorecer las más diversas apropiaciones de su poesía. No es necesario, por tanto, impugnar nosotros la lectura que de estos textos hacen sus autoproclamados herederos, toda vez que pueden arrojar luz sobre alguno de sus múltiples aspectos, pero sí mantener abiertas las innumerables vías de acceso que el poeta supo trazar.

Es en esa misma multiplicidad semántica donde el sociólogo Horacio Gonçalves ve las razones de la extendida influencia que Stefánsson ha ejercido sobre la más reciente generación de literatos de todo el orbe. Estamos de acuerdo con Gonçalves, siempre y cuando no se pierda de vista que la riqueza de los textos depende también de la peculiar interrelación entre los rincones del mundo contemporáneo desde donde nuestro autor leía a la tradición, la visión que sobre aquéllos le proporcionaba su experiencia de lector y la mencionada ética que ordenaba cada una de sus decisiones. Haciendo hincapié de manera diferenciada en cada uno de estos aspectos fueron creciendo desde los aún cercanos días de su muerte una plétora de movimientos culturales y literarios que continúan la fértil tradición inaugurada por Stefánsson.

Para comprender la vasta riqueza de su mundo intelectual en toda su dimensión, es necesario que nos adentremos en la génesis de tan singular producción, que no es sino adentrarse, como hemos dicho, en las múltiples facetas de su biografía.



1 Pointer acompaña su articulado análisis con una completa y exquisita selección de fragmentos anotados por Stefánsson en diversos lugares y circunstancias. Lo extenso y pormenorizado de esta reconstrucción proporciona a Pointer la incontestable evidencia en favor de sus originales puntos de vista. El fragmento más elocuente que el erudito esgrime (extraído del ahora denominado Manuscrito de Soldati) proclama: “Para mí, la literatura y la vida son como las dos caras de la misma moneda” (Ms. Sold. p.14 in fine)

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Conjeturas


Borges señala1 que en 1523 Ulrich Zwingli2 “declaró su esperanza personal de compartir el cielo con Hércules, con Teseo, con Sócrates, con Arístides, con Aristóteles y con Séneca” ya que “generaciones de hombres idolátricos habían habitado la tierra sin ocasión de rechazar o abrazar la palabra de Dios” y que “una amplificación del noveno atributo del Señor (que es el de omnisciencia) bastó para conjurar la dificultad. Se promulgó que ésta importaba el conocimiento de todas las cosas: vale decir no sólo de las reales sino de las posibles también.” Así “los modos potenciales del verbo pudieron ingresar en la eternidad: Hércules convive en el cielo con Ulrich Zwingli porque Dios sabe que hubiera observado el año eclesiástico, la Hidra de Lerna queda relegada a las tinieblas exteriores porque le consta que hubiera rechazado el bautismo.”
Así como para los cristianos de los tiempos de Zwingli a un hombre le bastaba con abrazar la fe para ser salvo y con rechazarla para ser condenado, muchos militantes del progresismo nacional y popular argentino contemporáneo, que dicen descreer del cielo y del infierno, salvan o condenan a un hombre según la ideología que diga profesar. Puede que esto les resulte bastante sencillo a la hora de juzgar a los personajes que viven en la actualidad o que desarrollaron sus vidas a partir de las grandes revueltas obreras de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, pero ¿qué sucede con aquellos que vivieron antes y no tuvieron la oportunidad de abrazar o rechazar las luchas populares y las ideologías que les daban sustento? A falta de un dios omnisciente (o del PCUS3 que, en un libro que casualmente cayó en mis manos y cuyo título no recuerdo, dictaminó que Espartaco había sido algo así como un pionero de la lucha obrera) que sepa si en el siglo pasado tal monje medieval habría apoyado la teología de la liberación o cual compositor barroco se habría plegado al realismo socialista, no podemos aquí más que plantear algunos interrogantes. ¿Habrá que rescatar a Platón por su espíritu republicano o condenarlo por esclavista? ¿Fue Jesús de Nazareth un vanguardista revolucionario o un mero encendedor de la pipa del opio de los pueblos? ¿Miguel Ángel Buonarroti, si hubiera vivido en México durante la primera mitad del siglo XX, habría sido muralista? ¿Ludwig Van Beethoven le habría dedicado una sinfonía a Stalin para luego tachar la dedicatoria?
En el incomprensible y apasionado entorno local, un sector que se auto-proclama representante del pensamiento popular denuesta al sanjuanino más famoso, un clásico liberal del siglo XIX, presidente electo, billete de cincuenta pesos, discriminador de gauchos e impulsor de la educación universal, laica y gratuita, mientras que reivindica a su contemporáneo, el llamado Restaurador de las Leyes, nacionalista católico, caudillo federal, billete de veinte pesos y estanciero que, apoyado por la oligarquía terrateniente, gobernó con mano de hierro durante veinte años y, una vez derrocado, fue protegido por el gobierno inglés para exiliarse en Southampton, donde pasó sus últimos veintidós años.
Maximilien de Robespierre, entre las muchas cosas que hizo, como pergeñar una revolución, sembrar el terror, recibir un balazo en la cabeza y morir decapitado, tomó la precaución de no leer la Declaración Universal de los Derechos Humanos para eludir el anacronismo. Por su parte, Cornelio Saavedra, además de comandar el Regimiento de Patricios, presidir la Primera Junta, pelearse con Mariano Moreno y conspirar contra la Junta Grande, se abstuvo de leer el Manifiesto Comunista por idéntico motivo. Por lo tanto sospecho que, para evitar falsas conclusiones, será mejor no juzgar sus actuaciones bajo la luz de los mencionados textos. En todo caso podremos recurrir al auxilio de Rousseau, Voltaire o Montesquieu, siempre y cuando tengamos en cuenta que éstos no esgrimieron como arma más que la pluma y la palabra, mientras que aquéllos fueron quienes blandieron las espadas. En cuanto a los contrafácticos, supongo que será mejor dejarlos al arbitrio de algún demiurgo competente.


1 Borges, Jorge Luis, Historia de la eternidad (Emecé Editores, Buenos Aires, 1953)
2 Zwingli, Ulrich (1484-1531) Líder de la reforma protestante suiza y fundador de la Iglesia Reformada Suiza
3 Partido Comunista de la Unión Soviética

martes, 11 de octubre de 2011

Jornada de arte barroco


JORNADA DE ARTE BARROCO

Sábado 15 de octubre, 18 hs

PROGRAMA:

El barroco en Rubens y Bach

Charla a cargo de Luis Colucci y Mariano Lastiri

Música barroca en vivo

A cargo de Ivonne Subía (guitarra) y Gabriel Huároc (tenor)

ENTRADA GRATUITA

Escuela de Arte y Cultura EL FARO

Castro Barros 471 CABA

sábado, 17 de septiembre de 2011

Hormigas

Tenía razón Quino cuando decía que la vida se parece más a la vida que a la publicidad.

Pasa que ayer me levanté medio torcido y encima resultó que el último resto de yerba que me quedaba era puro polvo, así que bajé al chino de al lado a reponer y me encontré con que el saludo aleatorio había caído en el casillero NO, como suele suceder unos veintinueve días al mes, excepto en febrero. Lo que no tiene nada de aleatorio en ese mercadito es la no emisión del ticket correspondiente, aunque indefectiblemente se me cobre hasta el último centavo del IVA.

Cuando saqué el billete de cien el tipo me miró como si yo fuese un delincuente que, con la excusa de comprar yerba, iba a su negocio a esa hora de la mañana a robarle el escaso cambio de la caja.

Al volver, el perrito de la del sexto terminó de despertarme durante cinco pisos de ladridos en ascensor. Yo reprimí las ganas de darle de puntín en el hocico, porque ya de por sí la tipa es insoportable, así que ni quería imaginarme como se habría puesto si le hubiese asestado un golpe en la trompa a su igualmente insoportable can.

“Tengo toda la mañana para componer”, pensé, y con el mate caliente y sin saber muy bien qué iba a hacer me senté frente a la computadora.

Los martillazos del plomero que trabajó durante toda la mañana en el departamento H, que empezaron dos minutos después de la primera cebada y antes de que escribiera una sola nota, terminaron en el momento exacto en que debía llegar mi primer alumno. Por lo menos el ruido que me taladró incesantemente el cerebro durante unas cuatro horas me sirvió de excusa por no haber compuesto siquiera un compás cuando, en realidad, no se me había caído una miserable idea.

Quince minutos más tarde de la hora en que debía haber comenzado su clase, llamó el alumno para informarme que no había venido.

“Voy a aprovechar a ver si me sale algo ahora” pensé en el instante exacto en que el monitor se ponía cruelmente negro y se apagaban las luces del módem. Entonces hice el típico gesto tonto de intentar prender la luz para corroborar que se trataba de un obvio corte de energía eléctrica. Llamé a Edesur para obtener información de la causa y /o duración del corte pero no obtuve respuesta.

Suspendí todas las actividades de la tarde y me fui un largo rato a deambular por las librerías de la calle Corrientes, a ver si la literatura podía tapar un poco la realidad. Aunque la ida en el 6 fue terrible por lo lenta y la vuelta lo fue más aún por lo lenta y por lo incómoda, el viaje al centro me cambió el humor; además volvía con un libro nuevo y, cuando llegué a mi edificio, ya había vuelto la luz.

Desde un departamento vecino, una reunión de adolescentes o treintañeros, que en el los albores del siglo XXI viene a ser casi lo mismo, invadió mi lectura con ráfagas de interjecciones y risotadas etílicas o simplemente idiotas. El silencio otorgaba breves pausas que me permitían retomar la página cuya lectura había sido interrumpida, pero por cada una que avanzaba debía retroceder otra, lo que llevó a que después de una hora sólo hubiese logrado leer varias veces la primera de ellas.

Frustrado con la no lectura, decidí poner la tercera sinfonía de Górecki a un volumen moderado pero lo suficientemente alto como para que la voz de Zofia Kilanowicz relegara las voces vecinas a un segundo plano. Me tiré en la cama con un whisky doble y, luego de tomármelo de unos pocos tragos, apagué la luz para tratar de dormir.

Entonces, en un súbito arranque de conformismo, pensé que Quino también tenía razón cuando decía que, comparada con una tragedia como la guerra, una invasión de hormigas a las plantas del hogar no puede tomarse como una desgracia, sino a lo sumo como una situación antipática. También pensé que, aunque así sea, tener que enfrentarme diariamente a este gran hormiguero, que a veces siento que me invade, me resulta casi doloroso, aunque yo también sea parte de él.

Finalmente, lo que me invadió fue el sueño; y las voces, Górecki, Quino y las hormigas se fueron tornando cada vez más lejanos.

viernes, 12 de agosto de 2011

Juan Balmes [borrador]

De las muchas cosas que no eligió, y que nadie salvo los reyes o papas, que son reyes después de todo, elige, la primera fue su nombre, Juan Balmes, heredado junto con el apellido de su padre y del hermano mayor de su abuelo. Sí eligió, en cambio, cada vez que pudo, el jugo Cipolleti de manzana por sobre cualquier otro, no sólo por su sabor sino también por el envase plateado que le daba un aire elegante. Además del jugo, su infancia estuvo marcada por otras preferencias, dibujar, las adivinanzas, los piratas, los barcos y los campamentos; cosas fabricadas con los mismos elementos: papel, lápices, pañuelos o sábanas (preferentemente sin estampados de flores, poco convenientes para un pirata) e imaginación.

Pero Juan Balmes, que hubiera querido ser explorador, detective o ladrón, como la mayor parte de sus compañeros, tenía una sensibilidad especial para algunas cosas. Así, mientras otros temían monstruos y otras encarnaciones concretas del mal como el dolor y los dentistas, Juan, que soñaba con sirenas, tenía miedo de que el mundo, en lo que importaba, desapareciera. Horror. Pánico de ser abandonado por el mundo en lo que importaba. Por eso los padres de Juan debían turnarse en la puerta de su jardín de infantes y quedarse en la puerta leyendo para que Juan pudiera asomarse en cualquier momento por la rendija del buzón de la enorme puerta color verde legnano del colegio y constatar que no habían desaparecido, que él o ella seguían ahí.

Ridículo como pueda parecer, era empirista sin haber leído a Hume - no sabía leer- y dios berkeleiano sin saber demasiado de Dios ni de Berkeley. La realidad de parecía frágil como la vida de un gorrión - había visto morir algunos -y entendía con una certeza que va más allá de lo que el entendimiento permite que cuando algo ya no es visto, puede ya no ser. Le daban terror las calesitas. El momento en que sus papás desaparecían y mostraban el revés del mundo que le era ajeno y en el que estaba solo. Le parecía trágico borrar un pizarrón y sólo accedía a ello, de mala gana, cuando la mamá y el papá le sacaban una foto.

Un día su abuelo lo llevó al colegio, tenía cinco años, y él sintió que si lo dejaba irse quizás no lo volvía a ver nunca. Lloró y pataleó de una forma que nadie entendió del todo y ni si quiera él supo explicar por qué. Las palabras lo traicionaban desde antes de que pudiera confiar en ellas.

Con el tiempo fue aprendiendo a manejar esos miedos, a no patalear, y a confiar en que las cosas siguen ahí incluso cuando uno no las ve. Es decir, con el tiempo, empezó a engañarse. Como el resto del mundo se engaña; un signode salud. Y estudió en el colegio nacional y decidió seguir derecho y ser maestro.

Pero el engaño sólo duro unos años. Entonces sí vió a su abuelo Eugenio por última vez, sintió ese miedo infantil y lo contuvo y no volvió del living al dormitorio a darle otro beso y al día siguiente se enteró de que había muerto y le dió otro beso. No sin antes caminar mucho, todo un día. No era lo mismo, no lo fue ya. Y entendió también que a veces incluso al ver las cosas, las cosas no están.

Desde ese día, juan no dejó nunca del todo esos miedos infantiles, que no le resultaban ya infantiles. Después tuvo mujer y un hijo que no tuvo y dos que sí. Hoy tiene un sólo terror, ya casi desde el lado definitivo de las cosas y otros temen por él. Así giran las cosas. Hoy, al pensar en todo aquello, tiene la impresión de haber visto su propia vida, efímera y cierta como sus temores, terminando para él como para usted esta frase desaparece.