lunes, 20 de octubre de 2014

Viajes (I) - Volver a París

Foto: Nora Spatola (2014). Rue Berton, París
Borges decía que releer es más importante que leer, sólo que para releer primero hay que leer. Extrapolando esa frase podría decirse que mejor que ir a París es volver a París.
Sucede que, la primera vez, París deslumbra por el peso de la historia, del Louvre, de Notre Dame y de la Tour Eiffel; pero tanto peso puede abrumar y convertirla en algo un poco distante y ajeno, si bien es cierto que, según las circunstancias y la duración del viaje, uno puede llegar a escapar del (de acuerdo a los consejos de los viajeros exprés y las agencias de turismo) circuito obligado y descubrir uno de los tantos rincones, como la Rue Berton, el Village Saint-Paul o el Passage Véro-Dodat, que constituyen su otra cara, la cara más íntima.
Aún así, es probable que toda esa experiencia recién comience a tomar una real dimensión al ser evocada tiempo después, cuando reaparecerán, de a poco, las imágenes de esos lugares que, a lo mejor, descubrimos por casualidad y que llegamos a sentir como propios, como si nadie los hubiese visto nunca. Entonces comenzará a crecer insistentemente el deseo de volver, de sumergirse nuevamente, ahora con más detenimiento, en la ciudad, que la segunda vez resultará menos ajena. 
Si llega esa segunda vez, seguramente uno volverá a buscar esos rincones y esperará sorprenderse con otros de los tantos similares, sin miedo a perderse o, más precisamente, con el deseo de perderse y de sentarse a tomar un lento café en esos bares de mesitas redondas que, deliberadamente, miran a la calle; de bajar a uno de los muelles del Sena y descorchar un buen tinto para saborearlo mientras espera a que baje el sol y comience la diaria metamorfosis parisina, porque París, de noche, es otra ciudad; de deambular por el laberinto del Quartier Latin y llegar hasta el Cour du Commerce Saint-André o la Rue Mouffetard, pedir una pinta y sentirse un poco parisino. Eso sí, entonces ya no habrá camino de vuelta; o, mejor dicho, sólo quedará buscar cuál será el camino de vuelta, cómo habrá que hacer para, una vez terminado ese viaje, volver a París

viernes, 25 de julio de 2014

SECUENCIA - Un trabajo sonoro-visual


SECUENCIA

Permanencia y cambio

Un trabajo sonoro-visual

Luis Colucci: Música

Constanza Humeres: Visuales

Juan Cruz Digrazia: Animación digital

Viernes 1 de agosto 21 hs.
El Emergente - Gallo 333 CABA

Entrada gratuita

Diseño de flyer: Alexis Gurman




martes, 27 de mayo de 2014

CICLO DE CHARLAS 2014

CHARLA CON

CLAUDIO GÓMEZ CORNET

LUIS ESPINOSA

GABRIEL POLESE


LUNES 2 DE JUNIO, 19 30 HS.

ENTRADA GRATUITA

Microcine del Instituto de Profesorado del Consudec

ESMERALDA 759

sábado, 10 de mayo de 2014

CHARLA CON MARÍA LIGHTOWLER


Video de la sexta charla de nuestro Ciclo de Conferencias del Departamento de Artes Visuales del Instituto de Profesorado del Consudec.
Gracias a María Lightowler por aceptar la invitación.
Todo el trabajo de producción, filmación y edición fue posible gracias a la colaboración de María Victoria Lastiri que se ocupó de la filmación, edición y del equipamiento necesario para tales tareas, de Cecilia Mariel Kranevitter que colaboró con las filmaciones, de todos los profesores que cedieron tiempo de sus clases para poder llevar adelante el proyecto, de los alumnos y de las personas que se acercaron hasta el Consudec que participaron de cada una de las discusiones.
Agradezco la colaboración de Luis Colucci que aportó la música de su autoría y a la gente de Tanger, intérpretes de la obra.
Especialmente, gracias a María Ana Baldani y las autoridades del Consudec que dieron el apoyo institucional y material para que esto pudiera realizarse.

Para conocer más sobre María Lightowler, pueden visitar su página:

martes, 8 de abril de 2014

Postal 8. Orient Express

Es el Expreso de Oriente. Si un tren decadente y poco verosimil hay, es ese. 

La estación está cerrada y se accede a los andenes por una entrada lateral de los años setenta. Están filmando una película en el bar y el lobby.  Hay humo artificial, falsos pasajeros vestidos con trajes elegantes y apócrifos empleados ferroviarios con uniformes impecables de 1920. No conviene profundizar en mis verdaderos compañeros de camarote, la travesti brasileña y el mecánico polaco, ni en los uniformes de los empleados reales [todos ellos merecen instantáneas aparte].  


El tren atraviesa una oscura entre Turquía y Bulgaria cuando, en ese idioma de la gente que no tiene idiomas comunes, el turco a cargo de nuestro compartimiento, el mismo que antes nos solicitó los boletos en un alemán correctísimo e inútil, nos observa atacando las provisiones para el viaje: una petaca con brandy, queso y pan (yo), una botella de vodka, salchichas envasadas al vacío y algo enlatado (el polaco).

Lukasz dice:
-Salchicha? [gesto indescriptible, cómico, de invitación a la salchicha] 
-No, no. Ich bin musulmán. Danke. No como cerdo, no juegos por dinero.
-Perdón, claro. No le ofrecemos entonces bebida. El Corán condena a los que beben alcohol.
-Bueno, son interpretaciones y tampoco hay que ser dogmáticos e ingratos oder?  Ya vuelvo.

Una hora después, somos siete en el compartimiento, fumando y bebiendo [todo el personal salvo uno de los maquinistas]. A la mañana siguiente, el tren se ha perdido [no sé cómo puede perderse un tren, pero tuvimos que seguir a toda máquina hasta una estación en la que pudieran informarnos dónde estábamos y cómo retomar]. Ese día por la tarde abandonamos el vagón cerca de la frontera rumana. Algo había ocurrido. Estaba lleno de humo. Ardía.

Todos, sin excepción, nos encogimos de hombros.

martes, 11 de marzo de 2014

Todo tiempo pasado

La placa, bastante dañada por el paso de los años, puede leerse en la pared de un viejo bar reciclado de San Telmo:
“Se ruega por razones de higiene no escupir en el suelo. Ordenanza municipal, abril 21 de 1909”
No sé el lector, pero yo nunca he visto que alguien escupiera en el piso de un bar ni recuerdo que, estando alguien dispuesto a hacerlo, éste fuera increpado por un amigo, camarero o vecino de mesa para disuadirlo. Debo pensar, en todo caso, que en 1909 no sería tan raro que eso pudiera suceder ya que, si no, no habría tenido sentido poner semejante placa. Recuerdo que en los viejos colectivos solían verse cartelitos con la leyenda: “Prohibido fumar y escupir" (también existía la versión ‘salivar’, que al parecer, sonaba más fina).
Dada la omisión de esas advertencias, debemos suponer que las personas han dejado, en general, dicho hábito, por lo cual aquello que esgrimen algunos viejos de que “la gente ya no tiene modales” sería una mentira. Arriesgo una humilde teoría: los seres humanos somos y hemos sido siempre insoportables, sólo que los modos que toman las conductas antisociales van cambiando según la época. Las quejas que despiertan los tipos despreciables que escuchan música despreciable en lugares públicos con pequeños aparatitos despreciables son tanto razonables como aparentemente novedosas. Pero en los años setenta y ochenta he visto con frecuencia personas munidas de viejas radios portátiles, escuchando transmisiones de fútbol a todo volumen en los colectivos y a tipos caminando por la calle escuchando música en enormes y ahora extintos radiograbadores. Esto último se daba poco, claro, no era muy práctico andar por la vida acarreando aparatos de semejante tamaño que, para colmo de males, solían consumir en pilas lo que una central eléctrica produce de energía en un año.
La pregunta que me surge, entonces, es un poco obvia: ¿Juzgamos el pasado por lo mejor que tuvo y el presente por lo peor que tiene?
Se suele considerar al renacimiento como una época de gran apogeo cultural, la gran era del arte y el humanismo, definición justa si se piensa en Rafael, Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci. Sin embargo, y a propósito de Leonardo, hace un par de años descubrí sus Apuntes de cocina1  y encontré entre sus páginas, más exactamente en la sección Modales y usos en la mesa,  las siguientes joyas:

“Ningún invitado se deberá sentar encima de la mesa, ni de espaldas, ni en la falda de otro invitado”
“No deberá poner su pierna encima de la mesa”
“No colocará trozos de su propia comida masticados a medias en el plato de su vecino sin primero preguntarle”
“No limpiará su cuchillo en la ropa del vecino”
“No pondrá comida de la mesa en su bolso, ni en su bota, para comerla después”
“No escupirá frente a él2
“Ni tampoco a un costado”
“No se llevará el dedo a la nariz ni al oído mientras conversa”
“Deberá abandonar la mesa si está por vomitar”

Si esto no llama suficientemente la atención del lector, lo invito a leer los siguientes párrafos.

Acerca de cuál es el modo en que deben ubicarse en la mesa los asesinos”

“Si para la mesa hay planeado un asesinato, es claro que debe ubicarse al asesino en las cercanías de su víctima (...) dado que de este modo se interrumpirá menos la conversación, al mantenerse la acción circunscripta dentro de un pequeño sector.” “Una vez que el cadáver (y, si las hay, también las manchas de sangre) ha sido retirado por los sirvientes, lo usual es que el asesino abandone también la mesa, dado que, algunas veces, podría su presencia perturbar la digestión de aquellos que estén sentados cerca de él.”

Ignoro si Leonardo escribió estas frases con intención de ser irónico aunque sospecho que así fue. De todos modos, el hecho de que las haya escrito da una idea de lo que estaba mal visto en aquellos años y de lo que se suponía podía llegar a suceder en una mesa a la cual acudieran personas de malos modales. La alusión a los asesinatos habla a las claras, aunque sea en clave humorística, de los modos de los nobles de la época que, aparentemente, podían mandar a matar impunemente a quien los importunara e, incluso, tolerar que ocurriera un asesinato en su mesa (siempre y cuando fuese tramado por ellos) pero no que el asesino permaneciera sentado a ella.
Evidentemente, el hecho de que ciertos personajes notables hayan sobrevivido a través de sus obras y hayan llegado a nosotros después de siglos nos lleva a la ilusión de que éstos fueron la norma y no la excepción, como si en aquella época todos los vecinos de Florencia o de Venecia hubiesen sido artistas y no hubiesen existido los enterradores, prestamistas y ladrones. O más aún, como si todos los artistas hubiesen sido brillantes entonces y ahora fueran todos mediocres (aunque, es justo decirlo, ante la incerteza de los cánones, hoy cualquiera se considera un gran artista y es aplaudido por muchos sólo por aparecer en televisión, componer un jingle, tirarse al piso desnudo en una galería de arte o hacer una rayuela en el Palais Royal). Mientras tanto, nos quejamos de que el vecino del departamento J nunca cierra bien la puerta del ascensor o de que el del K, un adolescente, todavía no consigue, después de un año de torturarnos, tocar más o menos decentemente el riff de Satisfaction en la guitarra.





1  Da Vinci, Leonardo. Apuntes de cocina. Pensamientos, misceláneas y fábulas. Distal, Buenos Aires, 2003
2 Se refiere a Ludovico Sforza (1452-1508). Duque de Milán y mecenas de Leonardo.

lunes, 3 de marzo de 2014

CHARLA CON CATALINA LEÓN


Video de la tercera charla de nuestro Ciclo de Conferencias del Departamento de Artes Visuales del Instituto de Profesorado del Consudec.
Gracias a Catalina León por aceptar la invitación.
Todo el trabajo de producción, filmación y edición fue posible gracias a la colaboración de María Victoria Lastiri que se ocupó de la filmación, edición y del equipamiento necesario para tales tareas, de Macarena Bosch que colaboró con las filmaciones, de todos los profesores que cedieron tiempo de sus clases para poder llevar adelante el proyecto, de los alumnos y de las personas que se acercaron hasta el Consudec que participaron de cada una de las discusiones.
Agradezco la colaboración de Luis Colucci que aportó la música de su autoría y a la gente de Tanger, intérpretes de la obra.
Especialmente, gracias a María Ana Baldani y las autoridades del Consudec que dieron el apoyo institucional y material para que esto pudiera realizarse.

Para conocer más sobre Catalina León y su obra, pueden visitar su página:


También pueden visitar la página de su proyecto Vergel: