martes, 11 de marzo de 2014

Todo tiempo pasado

La placa, bastante dañada por el paso de los años, puede leerse en la pared de un viejo bar reciclado de San Telmo:
“Se ruega por razones de higiene no escupir en el suelo. Ordenanza municipal, abril 21 de 1909”
No sé el lector, pero yo nunca he visto que alguien escupiera en el piso de un bar ni recuerdo que, estando alguien dispuesto a hacerlo, éste fuera increpado por un amigo, camarero o vecino de mesa para disuadirlo. Debo pensar, en todo caso, que en 1909 no sería tan raro que eso pudiera suceder ya que, si no, no habría tenido sentido poner semejante placa. Recuerdo que en los viejos colectivos solían verse cartelitos con la leyenda: “Prohibido fumar y escupir" (también existía la versión ‘salivar’, que al parecer, sonaba más fina).
Dada la omisión de esas advertencias, debemos suponer que las personas han dejado, en general, dicho hábito, por lo cual aquello que esgrimen algunos viejos de que “la gente ya no tiene modales” sería una mentira. Arriesgo una humilde teoría: los seres humanos somos y hemos sido siempre insoportables, sólo que los modos que toman las conductas antisociales van cambiando según la época. Las quejas que despiertan los tipos despreciables que escuchan música despreciable en lugares públicos con pequeños aparatitos despreciables son tanto razonables como aparentemente novedosas. Pero en los años setenta y ochenta he visto con frecuencia personas munidas de viejas radios portátiles, escuchando transmisiones de fútbol a todo volumen en los colectivos y a tipos caminando por la calle escuchando música en enormes y ahora extintos radiograbadores. Esto último se daba poco, claro, no era muy práctico andar por la vida acarreando aparatos de semejante tamaño que, para colmo de males, solían consumir en pilas lo que una central eléctrica produce de energía en un año.
La pregunta que me surge, entonces, es un poco obvia: ¿Juzgamos el pasado por lo mejor que tuvo y el presente por lo peor que tiene?
Se suele considerar al renacimiento como una época de gran apogeo cultural, la gran era del arte y el humanismo, definición justa si se piensa en Rafael, Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci. Sin embargo, y a propósito de Leonardo, hace un par de años descubrí sus Apuntes de cocina1  y encontré entre sus páginas, más exactamente en la sección Modales y usos en la mesa,  las siguientes joyas:

“Ningún invitado se deberá sentar encima de la mesa, ni de espaldas, ni en la falda de otro invitado”
“No deberá poner su pierna encima de la mesa”
“No colocará trozos de su propia comida masticados a medias en el plato de su vecino sin primero preguntarle”
“No limpiará su cuchillo en la ropa del vecino”
“No pondrá comida de la mesa en su bolso, ni en su bota, para comerla después”
“No escupirá frente a él2
“Ni tampoco a un costado”
“No se llevará el dedo a la nariz ni al oído mientras conversa”
“Deberá abandonar la mesa si está por vomitar”

Si esto no llama suficientemente la atención del lector, lo invito a leer los siguientes párrafos.

Acerca de cuál es el modo en que deben ubicarse en la mesa los asesinos”

“Si para la mesa hay planeado un asesinato, es claro que debe ubicarse al asesino en las cercanías de su víctima (...) dado que de este modo se interrumpirá menos la conversación, al mantenerse la acción circunscripta dentro de un pequeño sector.” “Una vez que el cadáver (y, si las hay, también las manchas de sangre) ha sido retirado por los sirvientes, lo usual es que el asesino abandone también la mesa, dado que, algunas veces, podría su presencia perturbar la digestión de aquellos que estén sentados cerca de él.”

Ignoro si Leonardo escribió estas frases con intención de ser irónico aunque sospecho que así fue. De todos modos, el hecho de que las haya escrito da una idea de lo que estaba mal visto en aquellos años y de lo que se suponía podía llegar a suceder en una mesa a la cual acudieran personas de malos modales. La alusión a los asesinatos habla a las claras, aunque sea en clave humorística, de los modos de los nobles de la época que, aparentemente, podían mandar a matar impunemente a quien los importunara e, incluso, tolerar que ocurriera un asesinato en su mesa (siempre y cuando fuese tramado por ellos) pero no que el asesino permaneciera sentado a ella.
Evidentemente, el hecho de que ciertos personajes notables hayan sobrevivido a través de sus obras y hayan llegado a nosotros después de siglos nos lleva a la ilusión de que éstos fueron la norma y no la excepción, como si en aquella época todos los vecinos de Florencia o de Venecia hubiesen sido artistas y no hubiesen existido los enterradores, prestamistas y ladrones. O más aún, como si todos los artistas hubiesen sido brillantes entonces y ahora fueran todos mediocres (aunque, es justo decirlo, ante la incerteza de los cánones, hoy cualquiera se considera un gran artista y es aplaudido por muchos sólo por aparecer en televisión, componer un jingle, tirarse al piso desnudo en una galería de arte o hacer una rayuela en el Palais Royal). Mientras tanto, nos quejamos de que el vecino del departamento J nunca cierra bien la puerta del ascensor o de que el del K, un adolescente, todavía no consigue, después de un año de torturarnos, tocar más o menos decentemente el riff de Satisfaction en la guitarra.





1  Da Vinci, Leonardo. Apuntes de cocina. Pensamientos, misceláneas y fábulas. Distal, Buenos Aires, 2003
2 Se refiere a Ludovico Sforza (1452-1508). Duque de Milán y mecenas de Leonardo.

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