Foto: Nora Spatola (2014). Rue Berton, París |
Borges decía que releer es más importante que leer, sólo que para releer primero hay que leer. Extrapolando esa frase podría decirse que mejor que ir a París es volver a París.
Sucede que, la primera vez, París deslumbra por el peso de la historia, del Louvre, de Notre Dame y de la Tour Eiffel; pero tanto peso puede abrumar y convertirla en algo un poco distante y ajeno, si bien es cierto que, según las circunstancias y la duración del viaje, uno puede llegar a escapar del (de acuerdo a los consejos de los viajeros exprés y las agencias de turismo) circuito obligado y descubrir uno de los tantos rincones, como la Rue Berton, el Village Saint-Paul o el Passage Véro-Dodat, que constituyen su otra cara, la cara más íntima.
Sucede que, la primera vez, París deslumbra por el peso de la historia, del Louvre, de Notre Dame y de la Tour Eiffel; pero tanto peso puede abrumar y convertirla en algo un poco distante y ajeno, si bien es cierto que, según las circunstancias y la duración del viaje, uno puede llegar a escapar del (de acuerdo a los consejos de los viajeros exprés y las agencias de turismo) circuito obligado y descubrir uno de los tantos rincones, como la Rue Berton, el Village Saint-Paul o el Passage Véro-Dodat, que constituyen su otra cara, la cara más íntima.
Aún así, es probable que toda esa experiencia recién comience a tomar una real dimensión al ser evocada tiempo después, cuando reaparecerán, de a poco, las imágenes de esos lugares que, a lo mejor, descubrimos por casualidad y que llegamos a sentir como propios, como si nadie los hubiese visto nunca. Entonces comenzará a crecer insistentemente el deseo de volver, de sumergirse nuevamente, ahora con más detenimiento, en la ciudad, que la segunda vez resultará menos ajena.
Si llega esa segunda vez, seguramente uno volverá a buscar esos rincones y esperará sorprenderse con otros de los tantos similares, sin miedo a perderse o, más precisamente, con el deseo de perderse y de sentarse a tomar un lento café en esos bares de mesitas redondas que, deliberadamente, miran a la calle; de bajar a uno de los muelles del Sena y descorchar un buen tinto para saborearlo mientras espera a que baje el sol y comience la diaria metamorfosis parisina, porque París, de noche, es otra ciudad; de deambular por el laberinto del Quartier Latin y llegar hasta el Cour du Commerce Saint-André o la Rue Mouffetard, pedir una pinta y sentirse un poco parisino. Eso sí, entonces ya no habrá camino de vuelta; o, mejor dicho, sólo quedará buscar cuál será el camino de vuelta, cómo habrá que hacer para, una vez terminado ese viaje, volver a París
7 comentarios:
Muy Bueno Luis.
que lindo lo que escribis Luis... espero "la segunda"!
Gracias por leer y por los comentarios, Federico y Mabelita. Seguramente habrá algunos textos más, pero habrá que tener paciencia porque soy un poco lento.
Saludos.
La experiencia de volver, en mi caso, es todavía lejana (puesto que nunca he ido): Leerte despierta las ganas de ir por primera vez.
Para volver primero hay que ir. Unos consejos: no tratar de hacer muchas cosas; no obligarse a ir a tal o cual lado; evitar el malón turístico (a veces es suficiente con alejarse una cuadra de la multitud, no más) buscar rincones como quien no quiere la cosa; sentarse junto al río; meterse en los pasajes; buscar las callecitas chicas y despobladas; dejarse sorprender.
Merci por vos commentaires.
Hay un verbo en francés que define lo que hay que hacer en París: flâner, que no tiene traducción muy precisa en castellano. Sería algo así como vagar, callejear, caminar sin rumbo fijo.
Lo voy a tener en cuenta.
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