jueves, 19 de septiembre de 2013

Vidas inimaginarias VI: No Hemingway.

Nombrado en honor a su abuelo Materno, Ernest Miller Hemingway nació en Oak Park, suburbio de la ciudad de Chicago en julio del último año del siglo XIX. Sus padres Clarence Edmonds y Grace Hall Hemingway practicaban profesionalmente la medicina y la música. La familia tenía una casa de veraneo a orillas del lago Walloon, Michigan. Allí, junto a su hermana Marcelline tendría Hemingway sus primeras experiencias en la naturaleza, de las que surgiría su pasión por ella.  Uno nació en Buenos Aires.

Este sencillo hecho debería bastar para que uno acepte que no es Hemingway. Pero la cosa no es tan simple. Uno se compra el cuaderno negro con gomita, una lapicera y tinta. Uno tiene una hermana que se llama Marcela. Uno vive en un suburbio y sobre todo, es un cabeza dura.

Y entonces va a un bar, pongamos por caso Dill & Drinks, y se dice a si mismo, me voy a pasar tres horas escribiendo y tomando unos dignificantes tragos. La cosa empieza bien, uno siente que ya le está creciendo la barba y empieza a escribir mientras promedia un hemingwayesco whisky sour:

Cruzó la puerta sabiendo lo que encontraría. El perfume era inequívoco. El horario elocuente.
[Ella] -Tenes que darme un abrazo. Pasó tiempo.
-Vos tendrías que darme una explicación. La lavandina que tiraste no disimula nada.
-Tenía que terminarse. [baja la cabeza mira a un costado, entran en el living room]
-Todo deber, mucho deber en tu versión de las cosas. Pero acá hay elecciones, opciones, malas. Y vas a tener que pagar. [la mira a los ojos]
- Voy a pagar, pero vos me vas a hacer precio, no? Por eso te quiero yo. [sonríe con su mejor intento de parecer una actriz joven que sonríe intentando parecer inocente]
- Vos me querés por otras cosas, como por lo de Insaurralde.
- El vasco?
-Vos sabés. Con eso nos pusimos a mano. 
-Qué poco romántico estás hoy. [junta los labios haciendo trompa]
[En eso están cuando oficial Enriquez se muerde el labio, sacude un poco la cabeza y prende un cigarrillo tirando el fósforo al suelo]
Enriquez - Contame qué pasó.
- Sos un guarango. 

En eso estoy cuando una conversación casual me lleva por dos tragos más en copa cocktail, uno que no es un Manhattan, retomando la escritura luego con un Rob Roy. 

Tres páginas completamente ilegibles. Ni la menor idea de cómo sigue la cosa, como si hubiera estado fuera de la habitación o los personajes hubieran pedido algo de privacidad. 

Después:

Enriquez -Está bien. Pero joderlo así al pobre de Rolando no tiene nada que ver con nada.  
- Vos sabés.
- No.
-Vos no sabés?
- No. 
- Vos querés saber?
- Por qué no terminamos con esto. Es tarde [Era tarde] 

Era tarde realmente. 

-Bueno, basta. 
-Arreglemos esto de una vez. 
-Está todo dicho. 

[Se besan]

Un final de compromiso. ¿Esto se merece el pobre de Enriquez, con el que ya hay un afecto? ¿Para esto lo obligó uno renunciar a la fuerza policial?

Y además no está todo dicho nada porque hay tres páginas de realidad completamente ilegibles y que, por eso, parecen importantes. 

Estas cosas no le pasaban a Hemingway. Debe haber tenido una caligrafía estupenda.

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