Publicado en CRAC Literatura, 1
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“Si rebelarse contra una sociedad corrupta equivale a ser inmaduro, Philip Marlowe lo es en extremo. Si ver la basura donde hay basura constituye una señal de inadaptación social, Philip Marlowe es un inadaptado. Por supuesto, Marlowe es un fracasado, y lo sabe...supongo que a largo plazo somos todos fracasados o no tendríamos la clase de mundo que tenemos.” R. Chandler.
“Los cuentos de hadas no dan al niño su primera idea de los fantasmas. Lo que los cuentos de hadas dan al niño es su primera idea clara de una posible victoria contra el fantasma.” G. K. Chesterton.
Supuestamente todo
comenzó con Poe, su socías, August Dupin, quien por una serie de
contratiempos se había visto reducido a una pobreza tal que renunció
a sus ambiciones mundanas, y el hábil orangután equilibrista con
veleidades de barbero. Pero las cosas habían comenzado mucho
antes. La primer y célebre historia ocurre en el viejo continente.
El protagonista, investigador, recibe la noticia de un crimen
perverso pronto a suceder y aparentemente inevitable. Durante la
investigación, una serie de azares lo comprometen en un asesinato.
Finalmente, comprende que el secreto del problema es un error de
identidad; él mismo es el criminal. La clave del enigma, que da el
tour de force al final de la historia es la misma que la de
Resplandor Plateado de Conan Doyle. Como observa Chesterton, la joya,
el caballo robado que da nombre al relato, desempeña también el
papel de arma. En nuestro caso es la joya el arma pero también el
investigador. Edipo lo comprende demasiado tarde.
En un típico truco de
detective, Hamlet, el príncipe Danés, utiliza la presencia de una
compañía teatral para testear la culpabilidad de Claudio y la
veracidad de los testimonios del fantasma mediante una reconstrucción
del hecho con la representación de “El asesinato de Gonzago”.
Otro ejemplo de métodos detectivescos, esta vez más bien
policiales, recrea Galileo Galilei en su Diálogo sobre los dos
máximos sistemas del mundo. Allí el copernicano investigador
Salviati y su fiel watson Sagredo someten a extenuantes jornadas de
interrogatorio a Simplicio, defensor de las ideas de Aristóteles,
hasta que este se da por vencido y confiesa, ha estado equivocado.
Galileo conocía bien los métodos de la inquisición. Los casos
podrían multiplicarse indefinidamente. ¿Pero dónde queda entonces
lo específico del policial?
El genero policial
aparece a fines del siglo XIX junto a tres figuras fundamentales, la
institución policial, la prensa diaria y el contexto urbano como
formas de vida hegemónicas. Desde siempre, hablando en tiempos
humanos, hubo crímenes, noticias, agentes de la ley y caseríos,
pero no fueron el lugar natural del hombre hasta bien entrada la
sociedad industrial. Fue por entonces que la ciencia y la tecnología
vinieron a ocupar el lugar de la teología, la religión y los
duendes de los bosques. Las novelas y cuentos de detectives vinieron
a retratar y construir una nueva poesía y mitología. Pero lo que es
más interesante es que no aparecieron para mostrar un mundo de
crimen y terror, sino para señalar que este tenia sentido, que la
ciudad podía tener una lógica tan interesante y las calles una
poesía tan profunda como los bosques de Chaucer o los caminos del
Quijote. Dicho en negro sobre blanco, fueron literatura popular en el
mejor sentido.
Hablemos del método
por un momento. Desde mediados del siglo XIX, siguiendo la larga
tradición de la botánica, la esencia del método científico era
concebida mayoritariamente en términos empiristas. La ciencia se
basaba, se decía, en la experiencia, la observación minuciosa, tan
exhaustiva como fuera posible, la clasificación de la información
así obtenida y la búsqueda de nexos causales. Empresa más fácil
de enunciar que de ejecutar. Esas son las ideas básicas del método
detectivesco de Sherlock Holmes. Las marcas de unos anteojos sumadas
a dos puños gastados eran la consecuencia del trabajo de una
dactilógrafa corta de vista, el tatuaje de un pez en la muñeca, la
prueba de un viaje a china, la aceptación de un trabajo por la mitad
del salario esperado, la de un segundo interés detrás de dicha
aceptación, etc. Se trataba de reducir los detalles de cada caso a
un conjunto de regularidades tan naturales como los ciclos del Sol.
Pero el secreto detrás de ello era el método no del detective
penetrando en un misterio criminal, sino el del lector penetrando en
un misterio literario. La clave no se encontraba en por qué los
mormones habían hecho tal o cual cosa, sino en por qué Conan Doyle
los había puesto en medio de los asuntos del detective cocainómano
de Baker Street. La garantía del método Holmes, la verdad se
encuentra manifiesta y es evidente para quien sabe observar los
detalles y conoce los nexos causales asociados, está en su éxito.
Holmes resuelve una y otra vez los enigmas con su método analítico
deductivo, pero no aceptamos su solución porque confiemos en el
método. Todo lo contrario, aceptamos el método, a veces
extravagante, porque confiamos en Holmes y confiamos en él porque
tiene éxito.
En El secreto del padre
Brown, Chesterton manifiesta a través de su esférico detective otro
método. El padre Brown confiesa allí que él puede resolver los
crímenes porque él mismo los ha cometido. Es la confesión sincera
del método hermeneútico alemán, el de la comprensión a través de
la empatía, que sostendrían Dilthey y Schleiermacher. Las
soluciones a los crímenes del mundo de Chesterton no tienen que ver,
en general, con el descubrimiento de una regularidad que se subsume
en una cadena causal, sino en la capacidad de ver con los ojos del
criminal, de comprender su único estado psicológico. El misterio
de los crímenes de Chesterton reside casi siempre en una falacia,
un prejuicio, una observación sociológica que el criminal ha
aprovechado. En un banquete de una sociedad de millonarios se produce
un robo. Sólo están presentes los sirvientes y los millonarios. La
solución del enigma reside en que el ladrón se presenta tanto un
millonario como un sirviente. Le basta caminar erguido ante los
sirvientes y bajar la cabeza ante los millonarios, para que el hábito
social construya el resto sobre un traje de etiqueta. Pero
nuevamente, Brown no es un mentalista ni un adivino y su método es
tan infalible como su éxito nos muestra.
En una reseña, escribe
Borges que en las malas ficciones policiales, la solución es de
orden material - una barba falsa, una puerta secreta- y en las
buenas de orden psicológico -un hábito mental, una superstición-.
Acusa a Holmes de abusar de las soluciones del primer tipo y festeja
a Brown, por preferir las del segundo. Lo que no nota es que ambos
métodos tienen algo en común. Más allá del método o del carácter
psicológico o no de las soluciones propuestas, ambas postulan la
posibilidad de conocer a través de un método, de dar con la verdad,
cuando la única justificación que tenemos para esa fe es el éxito
limitado que los relatos exhiben. Se trata de una cuestión
filosófica en la que nuevamente hay una complicidad central entre
lectores autores y detectives: las cosas tienen un sentido y podemos
acceder al mundo a través de la comprensión de ese sentido, para lo
cual basta un conjunto limitado de evidencia.
Esta fe, injustificada
como toda fe es el gran tabú del policial. Pero, al mismo tiempo es
la clave de su épica. En esta fe compartida, en este principio
metafísico y místico, más que metodológico, hay una complicidad
total. A esta complicidad se suma un elemento, los investigadores del
policial, son un poco todos los hombres y ejercen sus habilidades
especiales, sin renunciar a personalidades con defectos muy comunes.
El ejemplo más claro en este sentido es el detective de Chandler.
Marlowe podrá ser un fracasado, pero es un héroe. Es un ejemplo de
que hay algo más que triunfar en los negocios y que vale la pena
elegir ese algo. Todos los detectives mencionados ejemplifican ese
distanciamiento, ese arte de renuncia a lo mundano. Son todos
marginales que eligen construir y dar testimonio de una sociedad que
se construye y se aprecia desde sus márgenes. No tienen dinero, no
tienen relaciones amorosas concretas, no pertenecen a una clase
privilegiada ni son parte activa de ninguna institución. Y es por
eso que comprenden realmente lo que ocurre. Y es por eso que creemos
en ellos y hasta en sus métodos de una forma semejante a aquella por
la que aceptamos la ciencia natural porque creemos en el hombre, ya
que no en dios.