jueves, 17 de noviembre de 2011

Irrésistible destruktion. Apuntes para una vida de Jón Stefánsson (Parte I)

Hace un tiempo habíamos compartido con nuestros lectores algunos de los refinados análisis que el crítico Pierre Duchant había volcado en su obra de reciente y póstuma edición La construcción virtual del imaginario social: prolegómenos a una crítica de la ficción popular en la era multimedial. Habíamos mencionado allí Otros libros, del mismo autor, que ilustra una etapa menos madura aunque tal vez más variada e intensa de su producción. Tal libro es prácticamente inhallable. Los ejemplares de la exigua edición financiada por el propio Duchant con el auxilio pecuniario de algunos de sus compañeros de esos días han sufrido los más diversos contratiempos, resultando, usualmente, en la desaparición o destrucción de muchos de ellos (que es decir, de casi todos).

Hace pocos días me detuve unos segundos a intentar encontrar una regla que explicara la variedad de artículos dispuestos sobre una tela algo sucia y gastada que hacía las veces de puesto comercial en la feria del Parque de los Patricios. Allí convivían un zapato que debe haber sido usado largamente por una mujer, probablemente de avanzada edad (tanto ésta como aquél), lo que parecía la rejilla del frente de un ventilador a la que le faltaba una de las trabas para montarlo en el resto del dispositivo apropiado, dos casetes del grupo Pandora y uno de Juan Ramón, un candelabro plateado algo ennegrecido y algunos pocos artículos más de la misma especie. Mirando a mi alrededor los restantes puestos, noté que uno de ellos exhibía, como ya habrá imaginado el lector, algunos libros. Creo recordar un ejemplar de algún volumen de la colección Jazmín, algo acerca de la verdad sobre el fenómeno ovni y Otros libros. Mi estupidez instintiva llevó a que me preguntase inmediatamente cómo un libro así había ido a parar a un lugar como ese, pero por la enumeración anterior ya se habrá notado que cualquier respuesta sería una yuxtaposición trivial de azares. Lo importante, evidentemente, es que me hice con el libro a un precio absurdamente barato.

Reproduzco a continuación la primera parte de Irrésistible destruktion. Apuntes para una vida de Jón Stefánsson, extraído del mencionado libro.

La vertiginosa operación de trazar el mapa de las volátiles fronteras de la literatura actual conlleva la violencia del compromiso activo del lector-crítico que establece como determinada, tal vez irremediablemente, una topografía que sólo existe en la medida en que es delineada. La posibilidad de que algunos movimientos incipientes encuentren su interlocutor adecuado y puedan desarrollarse, sólo ocurre durante un breve instante. El lector atento a la necesidad de nuevas formas de apropiarse del mundo mediante el lenguaje debe estar disponible para escuchar los ecos remotos de autenticidad en manifestaciones que pueden aún no haber alcanzado su forma plena. La rapidez con que viaja la información en la actualidad, dada la velocidad de los medios de comunicación y transporte, arroja frente a nuestros ojos un continuo de nuevos candidatos a expandir los límites de lo literario. Esta compleja situación es la que puso a quien esto escribe frente a quien sería uno de los más grandes integrantes de la novísima generación de transformadores del arte de la palabra. Me refiero, claro está, al herético Jón Stefánsson.

Su breve y poco ortodoxa trayectoria, su nula disposición a tratar con los círculos canónicos de la literatura y su fascinación por las personas que encarnan aquello que la civilización quiere expulsar y se niega a ser expulsado, hicieron que su poesía no fuera leída y comprendida en toda su dimensión y complejidad. Desandar esta complejidad requiere comprender la múltiple y sinuosa gestación de su peculiar forma de expresión.

Los días de su primera juventud no fueron sino una vertiginosa sucesión de movimientos que, para quienes lo conocimos, daba la impresión de un escape hacia el caos pero que, y esto sólo lo fuimos comprendiendo con el tiempo y la reconstrucción póstuma, estaba determinada por lo que él llamaba su “figura en el tapiz”.

Esa misma forma de vida, la de sumergirse en el caos (o, en palabras de Friederich Grüneberg, de “emerger de la trama de sentido”) es ahora vista, a partir de los agudos trabajos de Harold Pointer, como el paralelo exacto de su proceso literario y ha permitido, extrapolando procesos, situaciones y estructuras de uno de esos planos hacia el otro, reunir y otorgar significado tanto a los dispersos fragmentos de su obra como a los de su vida.1

Cierto es que todas estas múltiples capas unificadoras fueron enfáticamente impugnadas por algunos de los compañeros de sus últimos días, que veían en estos ejercicios una falta de comprensión de la dinámica interna de su producción, cuando no una malintencionada tergiversación de su propia esencia. Olvidan estos pretendidos albaceas, en su afán de cercar los despojos de Stefánsson, que su puntillosa coherencia ética de escribiente lo empujaba a desbaratar todo aquello que pudiera ser considerado como esencia en su literatura, así lo entendió Pointer, y a favorecer las más diversas apropiaciones de su poesía. No es necesario, por tanto, impugnar nosotros la lectura que de estos textos hacen sus autoproclamados herederos, toda vez que pueden arrojar luz sobre alguno de sus múltiples aspectos, pero sí mantener abiertas las innumerables vías de acceso que el poeta supo trazar.

Es en esa misma multiplicidad semántica donde el sociólogo Horacio Gonçalves ve las razones de la extendida influencia que Stefánsson ha ejercido sobre la más reciente generación de literatos de todo el orbe. Estamos de acuerdo con Gonçalves, siempre y cuando no se pierda de vista que la riqueza de los textos depende también de la peculiar interrelación entre los rincones del mundo contemporáneo desde donde nuestro autor leía a la tradición, la visión que sobre aquéllos le proporcionaba su experiencia de lector y la mencionada ética que ordenaba cada una de sus decisiones. Haciendo hincapié de manera diferenciada en cada uno de estos aspectos fueron creciendo desde los aún cercanos días de su muerte una plétora de movimientos culturales y literarios que continúan la fértil tradición inaugurada por Stefánsson.

Para comprender la vasta riqueza de su mundo intelectual en toda su dimensión, es necesario que nos adentremos en la génesis de tan singular producción, que no es sino adentrarse, como hemos dicho, en las múltiples facetas de su biografía.



1 Pointer acompaña su articulado análisis con una completa y exquisita selección de fragmentos anotados por Stefánsson en diversos lugares y circunstancias. Lo extenso y pormenorizado de esta reconstrucción proporciona a Pointer la incontestable evidencia en favor de sus originales puntos de vista. El fragmento más elocuente que el erudito esgrime (extraído del ahora denominado Manuscrito de Soldati) proclama: “Para mí, la literatura y la vida son como las dos caras de la misma moneda” (Ms. Sold. p.14 in fine)

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Conjeturas


Borges señala1 que en 1523 Ulrich Zwingli2 “declaró su esperanza personal de compartir el cielo con Hércules, con Teseo, con Sócrates, con Arístides, con Aristóteles y con Séneca” ya que “generaciones de hombres idolátricos habían habitado la tierra sin ocasión de rechazar o abrazar la palabra de Dios” y que “una amplificación del noveno atributo del Señor (que es el de omnisciencia) bastó para conjurar la dificultad. Se promulgó que ésta importaba el conocimiento de todas las cosas: vale decir no sólo de las reales sino de las posibles también.” Así “los modos potenciales del verbo pudieron ingresar en la eternidad: Hércules convive en el cielo con Ulrich Zwingli porque Dios sabe que hubiera observado el año eclesiástico, la Hidra de Lerna queda relegada a las tinieblas exteriores porque le consta que hubiera rechazado el bautismo.”
Así como para los cristianos de los tiempos de Zwingli a un hombre le bastaba con abrazar la fe para ser salvo y con rechazarla para ser condenado, muchos militantes del progresismo nacional y popular argentino contemporáneo, que dicen descreer del cielo y del infierno, salvan o condenan a un hombre según la ideología que diga profesar. Puede que esto les resulte bastante sencillo a la hora de juzgar a los personajes que viven en la actualidad o que desarrollaron sus vidas a partir de las grandes revueltas obreras de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, pero ¿qué sucede con aquellos que vivieron antes y no tuvieron la oportunidad de abrazar o rechazar las luchas populares y las ideologías que les daban sustento? A falta de un dios omnisciente (o del PCUS3 que, en un libro que casualmente cayó en mis manos y cuyo título no recuerdo, dictaminó que Espartaco había sido algo así como un pionero de la lucha obrera) que sepa si en el siglo pasado tal monje medieval habría apoyado la teología de la liberación o cual compositor barroco se habría plegado al realismo socialista, no podemos aquí más que plantear algunos interrogantes. ¿Habrá que rescatar a Platón por su espíritu republicano o condenarlo por esclavista? ¿Fue Jesús de Nazareth un vanguardista revolucionario o un mero encendedor de la pipa del opio de los pueblos? ¿Miguel Ángel Buonarroti, si hubiera vivido en México durante la primera mitad del siglo XX, habría sido muralista? ¿Ludwig Van Beethoven le habría dedicado una sinfonía a Stalin para luego tachar la dedicatoria?
En el incomprensible y apasionado entorno local, un sector que se auto-proclama representante del pensamiento popular denuesta al sanjuanino más famoso, un clásico liberal del siglo XIX, presidente electo, billete de cincuenta pesos, discriminador de gauchos e impulsor de la educación universal, laica y gratuita, mientras que reivindica a su contemporáneo, el llamado Restaurador de las Leyes, nacionalista católico, caudillo federal, billete de veinte pesos y estanciero que, apoyado por la oligarquía terrateniente, gobernó con mano de hierro durante veinte años y, una vez derrocado, fue protegido por el gobierno inglés para exiliarse en Southampton, donde pasó sus últimos veintidós años.
Maximilien de Robespierre, entre las muchas cosas que hizo, como pergeñar una revolución, sembrar el terror, recibir un balazo en la cabeza y morir decapitado, tomó la precaución de no leer la Declaración Universal de los Derechos Humanos para eludir el anacronismo. Por su parte, Cornelio Saavedra, además de comandar el Regimiento de Patricios, presidir la Primera Junta, pelearse con Mariano Moreno y conspirar contra la Junta Grande, se abstuvo de leer el Manifiesto Comunista por idéntico motivo. Por lo tanto sospecho que, para evitar falsas conclusiones, será mejor no juzgar sus actuaciones bajo la luz de los mencionados textos. En todo caso podremos recurrir al auxilio de Rousseau, Voltaire o Montesquieu, siempre y cuando tengamos en cuenta que éstos no esgrimieron como arma más que la pluma y la palabra, mientras que aquéllos fueron quienes blandieron las espadas. En cuanto a los contrafácticos, supongo que será mejor dejarlos al arbitrio de algún demiurgo competente.


1 Borges, Jorge Luis, Historia de la eternidad (Emecé Editores, Buenos Aires, 1953)
2 Zwingli, Ulrich (1484-1531) Líder de la reforma protestante suiza y fundador de la Iglesia Reformada Suiza
3 Partido Comunista de la Unión Soviética