jueves, 21 de enero de 2010

EL RUIDO III (El discreto encanto de la discreción)

“Señor, vea que se le moja el paraguas”
Macedonio Fernández
Del bobo de Buenos Aires

El ruido me persigue por toda Buenos Aires; y como he decidido que la ciudad me es casi tan desagradable como grata (pero menos desagradable que grata), querría hacer un mínimo aporte para mejorar, aunque más no sea de modo infinitesimal, la vida en la urbe, considerando que yo mismo me he condenado a ella.
Cansado ya de soportar las impertinencias sonoras en los transportes públicos de pasajeros, y en vista de que me es imposible obligar a las empresas a que renueven su parque automotor, para con ello atenuar el ensordecedor ronroneo de sus diesel, el irritante chirrido de sus frenos y el penetrante resoplo de aire comprimido de sus puertas automáticas, me limitaré a intentar modificar sutilmente los hábitos de los pasajeros.
A fuerza de cambiar infructuosamente de vagón en trenes y subtes, de omitir mi queja al pasajero fuera de juego por temor a que éste lo tome a mal, o por miedo a perder yo mismo los estribos (con el consiguiente riesgo de ser arrojado del vehículo en movimiento por un tipo de pocas pulgas), he decidido probar una nueva estrategia.
Sabido es que el pedir que una persona baje el volumen de su música puede ser erróneamente considerado como un atropello a su libertad (¡oh, palabra bastardeada!) en pro del bienestar de uno (que al aludido le es francamente indiferente). El método consiste, entonces, en hacer creer al sujeto que uno desea hacerle un favor. Por ejemplo, ante un joven que insiste en aturdir a todo el pasaje con su música, se puede decir cortésmente:
-Disculpe usted, caballero, pero ¿no considera que está haciendo un deshonor a esa música (acá valen las mentiras piadosas, ya que la causa es noble), reproduciéndola en un aparato que tiene muy mala fidelidad? ¿Acaso su disfrute no es interrumpido constantemente por un contrapunto de motores, frenadas y bocinazos? Pienso que sería mucho mejor para usted gozar de la alta fidelidad, sin interrupciones, apoltronado en el sillón de su casa.
La cuestión de los celulares requiere estrategias similares. El primer caso se refiere los ringtones que reproducen, con un sonido espantoso, fragmentos de piezas célebres, como por ejemplo la badinerie de la suite número dos o la fuga en re menor de Bach.
-¿No cree, señor, que, a fuerza de recibir continuos llamados ingratos e inoportunos, terminará usted detestando esa pieza maravillosa?
El otro caso se refiere a aquellos que sostienen largas conversaciones (a menudo discusiones) a través de la red de telefonía móvil. Habitualmente lo hacen vociferando, de modo tal que uno no puede sostener una conversación a media voz con un compañero de viaje ni sumergirse en los propios pensamientos. En tal caso se puede utilizar el siguiente recurso:
-Disculpe, señorita, pero me parece que varios pasajeros están muy interesados en eso de que su novio le mete los cuernos. Hay una señora que está empezando a mirarla a usted de reojo y a sonreírle socarronamente a la chica que viaja a su lado. ¿No cree que, por resguardo a su intimidad, debería continuar la discusión en otro momento y en privado?
Ahora que lo pienso bien, no sé si el método será muy efectivo. Quizá lo mejor sea viajar siempre en taxi, pero la verdad es que no me da el presupuesto; y para colmo también existe el riesgo de tener que pedirle al taxista que baje el volumen porque, al menos a mí, Radio 10 me exaspera.

10 comentarios:

SALO dijo...

Muy interesante propuesta, Colucci, pero lamentablemente estamos condenados al ruido. Encima, la de Radio 10 en los taxis es una fija!!

Yo hace rato que empecé a andar en bici, lo cual no es una gran solución al ruido, pero no me tengo que bancar ringtones ni radio dieces, ni conversaciones ajenas, ni.. bueno dejémoslo ahí porque ya me empiezo a exasperar!!
abzo!!

Luis Colucci dijo...

No se exaspere, Mr. Salo, que para eso estoy yo. Tal vez estemos, como Ud. dice, condenados al ruido, pero me niego a resignarme!
Con respecto a la bicicleta, adelante, pero yo no me sumo ni loco. Calcule que, cuando tenía 12 años, casi llego pedaleando hacia la muerte (gracias a mi impericia), porque me salvé raspando de que me pisara la cabeza una camioneta, y eso que andaba por un pueblito de mala muerte. Imagínese en Buenos Aires, que tiene un tránsito endemoniado!
Un abrazo.

Anónimo dijo...

"El ruido me llama" diría Rogelio Samborna.

Luis Colucci dijo...

Samborna, según tengo entendido, está obsesionado con el ruido rosa.

Martín Narvaja dijo...

Querido Colucci:
Estupendo consejo, implementarè a mi regreso del Sur. Creo que al fin ha dado el paso clave de la intervenciòn polìtica saliendo de la poltrona conformista y burguesa de la ficciòn, la nouvelle, y la queja lisa y llana.

Aux armes sindudamentienes!!!

Sè de un documental, aun inèdito, que se llama "ruido marròn".

Luis Colucci dijo...

Querido Narvaja! Qué bueno tener noticas suyas! Cuándo vuelve del sur? En caso de que le arrojen una bolita de miga de pan, no se le ocurra batirse a duelo! A ver si nos encontramos con Ud. y Lastiri a su regreso (el de usted) antes de yo me vaya de vacaciones.
Un abrazo.

Wolter Hellmund dijo...

Bueno, otro seguimiento de El Ruido que me parece formidable.

Luis Colucci dijo...

Gracias, Wolter. Usted siempre tan generoso con sus comentarios. Por ahora este ha sido el capítulo final de El Ruido, pero quién sabe.
Saludos.

Eduardo Ferreyra dijo...

Tema de actualidad si los hay! Has estado muy 'discreto' igualmente, camarada, jeje. El nivel de estupidez creció proporcionalmente al del ruido en éstas dos últimas décadas, lo que me hace dudar (sindudamente..)si no es como lo del huevo y la gallina. Qué fué? la estupidez creció y produjo más y más ruido, o los decibeles aumentaron solos, dañando cortezas cerebrales a diestra y siniestra!?
Todo esto lo medito casi a diario mientras, viajando en el transporte público (o debo decir popular?), observo sendos 'sujetos' con celular en mano, y 'música' a alto volumen, haciendo alarde de cierto desparpajo desafiante, casi calcado en todos ellos, como si la falta de respeto se hubiera convertido en un valor en sí mismo.
Los que tienen más de 30, coincidirán conmigo en que este nivel de desparpajo, orgullo de ser ignorante y ser igual a la manada popular irrespetuosa y ladina, creció descontroladamente desde que asumió el mando aquél personaje 'popular'en los 90's...etc, etc,etc,etc,etc......

Luis Colucci dijo...

¡Ferreyra! ¡Bienvenido al blog!
Sindudamente la estupidez es la madre de todos los males, sólo que los males que ella engendra generan más estupidez. Se trata del famoso círculo vicioso.
Los 90 fueron un punto de quiebre en la canonización de la imbecilidad, al menos en la Argentina. Fue la etapa de la oficialización de la banalidad y la entronización de Ricky Maravilla y Marcelo Tinelli. Pero nada nace por generación espontánea, la gestación del pelotudismo sin culpas se engendró años atrás. Los 80 fueron una etapa clave.
Por otro lado y para finalizar, porque esto se está haciendo largo, luego de la asfixiante situación vivida durante la dictadura, en la que respirar era un acto casi punible, mucha gente supuso que poner límites al avasallamiento de la paz ajena era cercenar la libertad. Así estamos.