lunes, 8 de septiembre de 2008

Sobre Libertad y Determinismo II

Decíamos ayer que el problema entre libertad y determinismo parece ser la incompatibilidad entre la existencia de un mundo externo compuesto de eventos vinculados a través de cadenas causales y la idea de que las acciones humanas, para ser libres, deben estar al mismo tiempo inmersas y excluidas de tales cadenas. Decíamos también que la solución de Hegel tiene que ver con una renuncia al mundo externo. Argumentaremos que ella no es necesaria; hablaremos hoy del azar.
En el capítulo IV de Ciencia y Método, Poincaré se pregunta qué es el Azar e identifica tres clases de situaciones en las que lo atribuimos a un fenómeno. En primer lugar, decimos que son azarosos aquellos fenómenos sensibles a las condiciones iniciales, entre los cuales se destacan aquellos en los que encontramos sistemas físicos en estado de equilibrio inestable. En estos casos, diferencias inapreciables en las condiciones iniciales producen enormes diferencias en los estados ulteriores. Ejemplos de esto son: un péndulo invertido o el resultado de una tirada de ruleta. En segundo lugar, el azar se presenta en la denominada complejidad. Surge aquí de una sucesión de efectos imperceptibles individualmente pero numerosos. Ejemplo de dichas situaciones es el de un conjunto de partículas en un gas: una pequeña variación en la trayectoria de una partícula, modificará las de aquellas con las que choque, las cuales chocarán con otras cuyas trayectorias también serán alteradas, etc. En tercer lugar, el azar aparece como efecto de la relación accidental entre eventos que caen dentro de teorías o explicaciones independientes. Poincaré ofrece el siguiente ejemplo: “Un hombre pasa por las calles dirigiéndose a sus negocios; alguien que estuviera al tanto de los mismos, podría decir con qué motivo ha salido a tal hora, por qué ha pasado por tal calle. Sobre un techo trabaja un pizarrero, el empresario que lo dirige podrá, en cierta medida, prever qué es lo que va a hacer. Pero el hombre no piensa en el pizarrero ni el pizarrero en el hombre; parecen pertenecer a dos mundos completamente extraños el uno al otro. Sin embargo, el pizarrero deja caer una pizarra que mata al hombre. No se dudará en decir que esto es un azar”. Lo cierto es que dividimos al universo en pedazos, tratamos de hacerlo lo menos artificialmente posible pero a veces dos de esos pedazos se cruzan y lo que entonces ocurre es algo que no cabe llamar sino casualidad.
En los primeros casos, el azar es de naturaleza gnoseológica. Si pudiéramos conocer con absoluta precisión el estado inicial, en el primer caso, y la multiplicidad de las causas que intervienen, en el segundo, podríamos conocer los estados subsiguientes. El último, en cambio, es esencialmente ontológico. Establecido un conjunto de leyes determinado, siempre es posible encontrar preguntas que asocian eventos independientes y que carecen de explicación dentro del marco de aquellas leyes.
La sensibilidad a las condiciones iniciales y la complejidad son independientes. La evolución del estado de un péndulo invertido es sensible a las condiciones iniciales sin ser un fenómeno complejo, en tanto que el famoso problema de los tres cuerpos es complejo sin ser sensible a las condiciones iniciales. El último tipo de azar es compatible con ambos. Si tomamos dos péndulos, las distancias entre ambos, que en algunos casos podrían resultar constantes, no se explican sólo a partir de las leyes del péndulo. Algo análogo podría darse con dos tríos de cuerpos. Lo importante aquí no es la existencia de regularidades, sino la carencia de leyes que expliquen dichas regularidades. En todos estos casos, las casualidades carecen de explicación dentro del marco de las leyes dinámicas que rigen el devenir de los sistemas mencionados.
Las coincidencias o eventos azarosos no tienen explicación o causa porque no hay Leyes Naturales que relacionen sus componentes. En otras palabras: los fenómenos que implican azar no tienen “propiamente” una causa. En consecuencia, no pueden ser explicados.
Evidentemente, si cualquier enunciado del tipo “Todos los S son P.” o “Siempre que ocurre A ocurre B.” pudiera ser una ley con igual legitimidad, no habría casualidades ni azar más que en un sentido epistémico. El azar es tan real como las leyes a partir de las cuales se presenta. Es una consecuencia de los recortes que hacemos sobre la realidad. Si un recorte determinado fuera “el real”, el azar allí surgido sería el azar real.
El recorte que hubiera explicado un suceso azaroso es un recorte artificial carente de poder explicativo. Aristóteles observó que leyes arbitrariamente elegidas explicarían cualquier casualidad, que sería posible explicar cualquier casualidad dada con el recurso de leyes arbitrarias. Pero esas leyes arbitrarias no serían naturales, ni harían referencia a la naturaleza real de las cosas, por tanto, no podrían realmente explicar.
Con esto en mente elaboró la idea de “como si teleología” o “cuasi-teleología” en términos de cuasi-explicación o cuasi-causalidad. Donde hay azar no hay una causalidad o una explicación reales, pero podemos imaginarlas donde no las hubo; podría haberlas habido, pero no.
“Por ejemplo, alguien habría podido ir al ágora para cobrar su dinero, si hubiese sabido el momento en que su deudor obtendría un pago; sin embargo no fue con ese propósito sino que se dio el caso de que fuera y de que obtuviera su dinero. Y esto ha ocurrido no porque fuera con mucha frecuencia al ágora ni por necesidad sino que el fin, es decir, el cobro del dinero no estaba entre sus causas sino entre lo que es objeto de elección y se da por un propósito; y, en tal caso, se dice que fue al ágora por azar. Pero si hubiese venido premeditadamente y con ese propósito –ya sea que siempre frecuentase el lugar o sólo lo hiciera en la mayor parte de los casos- no lohabría venido por azar” (Física II 5, 196b 30-197a 5).
Podría haber habido una regularidad que asociase la presencia del cobrador con el ágora y en tal caso no hubiera cobrado por azar. Pero no la hay; el cobrador no frecuenta el ágora siempre ni en la mayor parte de los casos. Por otra parte, las casualidades vistas en retrospectiva son necesarias. Los eventos azarosos ocurridos en el pasado son tan necesarios como cualquier otro evento ya ocurrido, pero su necesidad es condicional. Son necesarios dado que ya han ocurrido y nada podemos hacer para evitarlos. En otro sentido, los sucesos casuales pueden ser necesarios dados sus antecedentes inmediatos: dado que al trabajador en el techo se le ha caído una pizarra en el instante tal y que el hombre que iba a sus negocios ha pasado por el lugar cual en tal instante, es necesario que la pizarra lo impacte. Nuevamente aquí, se trata de una necesidad condicional, esta vez hacia adelante.
En el ejemplo que acabo de presentar, las cadenas de sucesos que se cruzaban en el accidente eran ambas “no necesarias”, es decir, perfectamente podría alguno de los hombres haber actuado diferente un poco antes de que las cosas fueran definitivas. Podemos pensar en un suceso azaroso en el cual las cadenas de acontecimientos que se entrecruzan son de tipo necesario. Basta imaginar dos explicaciones, ambas describiendo realidades o mundos deterministas pero completamente independientes. Una de ellas determina el suceso S y la otra el S'. La conjunción de los sucesos produce el evento S•S’ y ambos tienen como consecuencia un tercer suceso. Este último, lo mismo que S•S’, no es explicado por ninguna de las dos teorías. Es una casualidad. Si ambas teorías fueran verdaderas y no hubiera ninguna otra teoría verdadera que las incluyese a ambas, ninguna regularidad natural habría participado en la ocurrencia de estos eventos, que serían necesarios de antemano sin tener explicación ni causa, sin estar determinados.
El tipo de determinismo que requieren las acciones humanas para tener sentido es un determinismo dependiente de ciertas regularidades. El tipo de indeterminación necesario no va más allá de lo que el azar puede ofrecer. La mayor parte, sino todas las elecciones humanas, caen dentro de situaciones azarosas a la luz de las leyes deterministas que aceptamos. En consecuencia, ninguna necesidad se aplica a ellas. El costo apagar es la aceptación de que casi toda la historia humana está compuesta de eventos que desde la perspectiva de la física no son sino casualidades. Creo que el precio resulta por demás justo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sobre Libertad y Determinismo

Al igual que ocurre con algunos de los más celebres problemas matemáticos, el de la incompatibilidad entre libertad y determinismo tiene un aspecto bastante inocente. Fermat o Hilbert podrían agregar que en ello justamente reside su mayor encanto. Si efectivamente cada hecho es la consecuencia necesaria de hechos anteriores, todos los sucesos futuros están ya determinados. Siendo así, nuestra libertad no sería más que apariencia. Aunque ponderamos alternativas y evaluamos planes de acción, nada de eso es relevante; aunque creemos elegir, esa elección no es real o, lo que es peor, no es nuestra.
Dónde se encuentra el principio (Dios mueve al jugador, y éste, la pieza...) y cómo se vincula la libertad con la responsabilidad son cuestiones laterales de las que no me ocuparé hoy. La literatura sobre estos temas es abundante.
Ahora bien, querido lector ¿qué pretendo con todo esto? En cualquier caso y después de todo, los resultados de estas meditaciones poco y nada pueden afectar nuestra visión sobre la moral en general o sobre lo correcto y lo incorrecto. Como observa Pascal, instinto y razón son marcas de naturalezas distintas y poco puede afectar el tono amanerado y melindroso de la última a la vehemencia prepotente del primero. No cabe pues esperar otra cosa que una muestra de juego filosófico incapaz de producir convicción alguna.
La incompatibilidad entre determinismo y libertad que, como se ha dicho ya, parece bastante obvia, ha sido objetada desde diversas perspectivas. En primer lugar, como señala Voltaire, parece surgir de un malentendido: decimos que es libre aquel que puede realizar las acciones que desea, quien no encuentra impedimentos externos, para ello no es necesario poder elegir también lo que se ha de desear. Es decir, libre es quien puede hacer lo que quiere, aun si no ha elegido qué querer. En segundo lugar, para que la libertad tenga algún sentido parece ser necesario cierto determinismo: si no existiera algún vínculo causal entre elegir hacer algo, la acción y su resultado, la libertad no tendría sentido. Si cualquier cosa que uno hiciese fuera tanto la probable causa de que algo ocurriera como de que no, no tendría mucho sentido decir que uno es libre de elegir nada en particular.
Estas dos cuestiones nos llevan a Kant y a la idea de que la libertad humana estaría vinculada a la posibilidad de iniciar cadenas causales. La acción humana sería una acción libre, no determinada por causas previas, seguida de consecuencias determinadas. A la forma inconsistente y, por sobre todo, aburrida en que esta idea fue defendida dedicaremos nuestro silencio. Un pensamiento de Hegel, en cambio, merece mayor atención.
En los Principios de Filosofía del Derecho, Hegel comprende perfectamente el eje de la incompatibilidad, el corazón en el pulso de la cuestión. En la medida en que nuestros deseos son deseos de algo externo, de algo que no tenemos ya, su satisfacción es contingente. Depende pues del mundo externo. Admitiendo que esto es así, no somos libres. Es el mundo externo el que determina el éxito o fracaso de nuestras acciones y, en tanto son externas, nuestras acciones mismas.
La conclusión que cualquier mortal esperaría obtener del mencionado razonamiento es que, definitivamente, no somos libres. En tanto hay un mundo externo, y no sólo ya en tanto que es determinista, no hay Libertad real. Somos como el río, libre sólo de recorrer en sus márgenes (sí , también somos como el río en otros sentidos). La solución de Hegel es la contraria (Salud oh modus tollens): para afirmar la libertad niega el mundo externo. Mejor dicho, el carácter externo del mundo. La verdadera libertad se alcanza y realiza al comprender que lo que realmente deseamos es eso que hemos puesto allí como deseado y que por ello, como consecuencia de ello, es siempre alcanzabe.
La solución hegeliana me parece inapelable. Quisera, no obstante, sí, me atreveré a ser tan ingrato, proponer otra solución. La misma me parece requerir una renuncia mucho menor a esta idea tan linda y tan argentina de que hay un mundo ahí afuera, lleno de pampa y vaquitas. Esta idea tiene que ver con incluir al azar y considerar un poco más minuciosamente la naturaleza de las leyes naturales.
En la próxima entrega, mi solución al enigma.