No puedo dormir. Acá, en este mundo, no se duerme. O sí, pero no yo. Yo no.
Llevo horas en silencio. Tengo miedo de no poder hablar. Y aunque sé que el sonido de mi voz tendría un seguro efecto tranquilizador, sé también que fracasar en una empresa tan fácil, lo que por otra parte podría ocurrir por motivos diversos, sería una evidencia insoportable de irrealidad. Abrir los ojos después de parpadear también me asusta. Y aunque no llega a alegrarme, es un alivio encontrar las cosas otra vez en sus lugares aparentes. Pestañeo con cautela. Si dejara de respirar o de pensar por un instante, tendría miedo del tiempo.
Todos, como yo mismo, hemos sabido despertar acariciando una figura que no está. Cuando tenía cuatro años, y hacen ya más de veinte años de eso, soñé un torso de mujer que bailaba a los pies de mi cama. A los siete, edad en la que uno ya no confunde ficción con realidad, o al menos en que nunca todavía ha empezado a confundirlas, busqué afiebrado y por días un disfraz de perro que no tenía ni tuve. Todos, especialmente yo, hemos pensado en lo terrible de estas pérdidas: mundos enteros perdidos a causa de despertar. Y aunque es terrible, sí, no es nada en comparación con ser parte del mundo perdido.
Nunca antes reparé en qué habrá pensado aquella media mujer cuya incompleta anatomía no supo satisfacer mi masculinidad infantil; en qué ropero enfrentó el disfraz las fatales polillas. Ahora sé muy bien qué pienso, ahora, que sé muy bien que pienso, que no puedo dormir y me sé sueño.
Ahí estuve con ella y fui real. Real como todo lo soñado es real cuando se sueña. Mientras sueña quien sueña. Ahora apenas si subsisto, insomne.
Ahora que es muy tarde para su noche estará, fatalmente, como las polillas, con otro. No conmigo en ningún ropero, con alguien de su realidad. Despierta todavía, despertando. Y aunque, en el mejor de los casos y dudo mucho que eso ocurra, me sienta perdido en veinte años, como yo a mi disfraz de perro y a aquella media mujer que no era del todo a los pies de mi cama (ésta última sí real) aunque me sienta así, ella es y yo insomne.
Todo intento es inútil, no puedo intervenir, mi continuidad es azarosa. A lo sumo participo de su vigilia como un recuerdo, como una manifestación involuntaria. Quizá sean eso algunos fallidos, no algo desocultado sino una voluntad ajena. Propia desde mi lugar, mía en este caso. Mais, que sais je? Siendo, como soy, el sueño, mis intervalos no tienen para ella continuidad, mi tiempo no es el suyo.
Pascal pensó que un rey que soñara doce horas al día que era campesino y un campesino que se soñara rey doce horas cada día serían igualmente felices. Puede ser. Pero qué de las vidas de los campesinos irreales del rey y de la corte imaginaria del campesino. Quién piensa en ellos cuando dejan de soñarlos. En qué quedan sus existencias subsidiarias. ¿Son, como yo, sueños conscientes de su carácter ilusorio? Campesinos y nobles de mala gana, alfiles resignados como Héctor a un juego angustioso y ajeno. ¿Saben de mí como yo de ellos? Y ella, ¿sabe de ellos? O lo que es más importante ¿sabe de mí?
Antes, durante su sueño, pensaba que soñábamos juntos. Y creyendo en cierta simetría nos amamos tiernamente. Ahora yo ya sé qué pasa: estoy fuera de mí Mi continuidad en mi es falsa, en ella, no es.
Borges dijo una y mil veces que la realidad es un sueño colectivo más o menos difundido. Pero qué cuando eso no pasa. Qué cuando esto pasa. ¿Hay dos irrealidades, la suya y la mía? A priori tal vez, en los hechos no. El irreal aquí soy yo. Por eso no puedo dormir. Probablemente no esté definido qué sueñan los sueños cuando no son soñados.
Releo y comprendo que todo esto es un sin sentido, quizás no se pueden hilar pensamientos u ordenar causalmente sucesos en los sueños. Puede soñarse no obstante que se los hila y ordena. ¿Tu también Hobbes?
En momentos así, uno sabe que necesita un viaje. Como Dante y como Ulises. El viaje adecuado lleva de un punto a otro sin pasar por donde no se puede. Un viaje a los muertos sin morir ni dormir, quizás soñar, nada más; maldito soliloquio. -Príncipe fui, sí que lo fui, no soñé. Príncipe fui, tuve un hogar y un amor-canturrearía el príncipe homeless. ¿Podría el campesino que soñaba medio día (todo-por-mitades-hoy-se-ve) encontrar viajando a su corte y ser rey como Sancho en barataria? Mi burro por un globo aerostático.
Sólo los Ángeles tienen la respuesta. Me duele esa mujer en todo el cuerpo.
Todos, como yo mismo, hemos sabido despertar acariciando una figura que no está. Cuando tenía cuatro años, y hacen ya más de veinte años de eso, soñé un torso de mujer que bailaba a los pies de mi cama. A los siete, edad en la que uno ya no confunde ficción con realidad, o al menos en que nunca todavía ha empezado a confundirlas, busqué afiebrado y por días un disfraz de perro que no tenía ni tuve. Todos, especialmente yo, hemos pensado en lo terrible de estas pérdidas: mundos enteros perdidos a causa de despertar. Y aunque es terrible, sí, no es nada en comparación con ser parte del mundo perdido.
Nunca antes reparé en qué habrá pensado aquella media mujer cuya incompleta anatomía no supo satisfacer mi masculinidad infantil; en qué ropero enfrentó el disfraz las fatales polillas. Ahora sé muy bien qué pienso, ahora, que sé muy bien que pienso, que no puedo dormir y me sé sueño.
Ahí estuve con ella y fui real. Real como todo lo soñado es real cuando se sueña. Mientras sueña quien sueña. Ahora apenas si subsisto, insomne.
Ahora que es muy tarde para su noche estará, fatalmente, como las polillas, con otro. No conmigo en ningún ropero, con alguien de su realidad. Despierta todavía, despertando. Y aunque, en el mejor de los casos y dudo mucho que eso ocurra, me sienta perdido en veinte años, como yo a mi disfraz de perro y a aquella media mujer que no era del todo a los pies de mi cama (ésta última sí real) aunque me sienta así, ella es y yo insomne.
Todo intento es inútil, no puedo intervenir, mi continuidad es azarosa. A lo sumo participo de su vigilia como un recuerdo, como una manifestación involuntaria. Quizá sean eso algunos fallidos, no algo desocultado sino una voluntad ajena. Propia desde mi lugar, mía en este caso. Mais, que sais je? Siendo, como soy, el sueño, mis intervalos no tienen para ella continuidad, mi tiempo no es el suyo.
Pascal pensó que un rey que soñara doce horas al día que era campesino y un campesino que se soñara rey doce horas cada día serían igualmente felices. Puede ser. Pero qué de las vidas de los campesinos irreales del rey y de la corte imaginaria del campesino. Quién piensa en ellos cuando dejan de soñarlos. En qué quedan sus existencias subsidiarias. ¿Son, como yo, sueños conscientes de su carácter ilusorio? Campesinos y nobles de mala gana, alfiles resignados como Héctor a un juego angustioso y ajeno. ¿Saben de mí como yo de ellos? Y ella, ¿sabe de ellos? O lo que es más importante ¿sabe de mí?
Antes, durante su sueño, pensaba que soñábamos juntos. Y creyendo en cierta simetría nos amamos tiernamente. Ahora yo ya sé qué pasa: estoy fuera de mí Mi continuidad en mi es falsa, en ella, no es.
Borges dijo una y mil veces que la realidad es un sueño colectivo más o menos difundido. Pero qué cuando eso no pasa. Qué cuando esto pasa. ¿Hay dos irrealidades, la suya y la mía? A priori tal vez, en los hechos no. El irreal aquí soy yo. Por eso no puedo dormir. Probablemente no esté definido qué sueñan los sueños cuando no son soñados.
Releo y comprendo que todo esto es un sin sentido, quizás no se pueden hilar pensamientos u ordenar causalmente sucesos en los sueños. Puede soñarse no obstante que se los hila y ordena. ¿Tu también Hobbes?
En momentos así, uno sabe que necesita un viaje. Como Dante y como Ulises. El viaje adecuado lleva de un punto a otro sin pasar por donde no se puede. Un viaje a los muertos sin morir ni dormir, quizás soñar, nada más; maldito soliloquio. -Príncipe fui, sí que lo fui, no soñé. Príncipe fui, tuve un hogar y un amor-canturrearía el príncipe homeless. ¿Podría el campesino que soñaba medio día (todo-por-mitades-hoy-se-ve) encontrar viajando a su corte y ser rey como Sancho en barataria? Mi burro por un globo aerostático.
Sólo los Ángeles tienen la respuesta. Me duele esa mujer en todo el cuerpo.
8 comentarios:
Cuentan que una vez un niño fue a ver a un sabio que vivía en el monte para preguntarle "qué es la vida". El sabio lo llevó a caminar largo rato en silencio a la orilla de un lago y en determinado momento le dijo al niño que cabara un pozo, del tamaño más grande que pudiese con su palita y con su balde. Cuando el niñito consideró terminada la tarea, llamó al sabio y este le dijo: "Ahora poné toda el agua del lago en el pozo". El niño miró consternado al sabio. Entonces el viejito reflexionó: "Esto es lo querés hacer con la vida, y no se puede".
La vida es grande, inmensa, en algún sentido. No vale la pena que estemos buscándole un significado todo el tiempo. Sí vale la pena que disfutemos cada instante de ella, eso sí lo podemos hacer. ¿Cuántos años vamos a estar en este planeta? El tiempo pasa y está en nosotros hacer que cada instante sea de serenidad, de amor, desde el corazón.
También dicen por ahí que el camino más cortito y más arduo en la vida es el que va de la cabeza al corazón: fijáte, son sólo unos pocos centímetros, pero cómo nos cuesta!
Tal vez si dejamos de ponerle cabeza a cosas que pasan por el corazón, las sonrisas se dibujen en nuestras caras.
Dejáte soñar con el alma, no con la cabeza. Y estáte con tus emociones, contemplalas mucho, aunque sean de tristeza, son tuyas. No vale la pena preguntarse por otros "¿Son, como yo, sueños conscientes de su carácter ilusorio?". Sí es mejor poner fichas en volver a uno mismo, a estar con uno mismo.
Sólo así vas a darte cuenta de todo el amor que tenés para dar, a cada instante.
Con un amor muy sincero, besos, C.
Disculpe que disienta con Ud. señor o señora anónimo, o C, o como prefiera que lo/la llamen.
Estoy de acuerdo en que bien vale la pena vivir por encima de cualquier especulación filosófica que hagamos a partir de ella. Pero convengamos en que no tenemos precisamente una cabeza sólo para usar sombreros (que últimamente han caído en desuso) sino también para pensar, que no hace mal a nadie.
El hecho de que lo esencial sea vivir, no implica que debamos renunciar a hacernos algunas preguntas, intentar comprender algunas cosas y mejorarnos y mejorar, al menos un poco, el pequeño círculo que nos rodea. Digamos más precisamente que muchos, intentando interpretar la realidad, el universo, el sentido de la vida, o lo que sea, han fracasado o errado, pero me parece innegable que en la búsqueda existe una cierta grandeza.
Por otro lado, lamentablemente debo informar que las emociones también provienen de la cabeza y no del corazón, mal que nos pese.
Muy bueno lo suyo, Narvaja.
Fe de erratas: En mi comentario anterior, donde dice "vivir" a secas, debería decir "vivir la vida"
Eso explicaría el "ella" que sigue a continuación, refiriéndose a la vida.
Estimado Sr. Colucci, intentaré aclarar un poco lo que quise decir en mi comentario anterior. Usted dice bien cuando se refiere a que por encima de cualquier especulación filosófica acerca de la vida vale la pena vivir, creo eso fervientemente. Lo que pasa es que a veces uno pierde de vista esta cuestión, principalmente cuando su mente se entrega a la reflexión y a la búsqueda filosófica constante. Quiero decir: muchas veces al adquirir el hábito de la elucubración nos perdemos en preguntas y respuestas, llenando y agitando nuestra mente con pensamientos. Creo, y hago énfasis en la palabra “creo” como muestra de que mi enunciado es puramente subjetivo, que una mente con avidez constante de pensamientos es una mente intranquila. Me gusta discutir, me gusta pensar, leer y escribir entre otras cosas (como usar sombreros, sí). De hecho, lo que escribió Martín está muy bueno, transmite mucho y es muy armonioso. Sin embargo, no pude evitar notar una agitación muy grande en la mente del escritor, que en mi caso y en el de otros, suele estar asociado con una falta de conocimiento profundo de uno mismo, y por sobre todas las cosas de su capacidad de amar y del disfrute del amor. No hay que dejar de pensar ni de escribir (bien, como Martín), sólo es necesario no ser absorbido por los pensamientos. En cualquier caso, supongo que Ud. tendrá cosas que objetar a mi exposición, tal vez cargada de una gran espiritualidad, sí.
Srta. C.
Estimada Srta. C:
Me alegra que al menos haya revelado su sexo, aunque no lo haya hecho con su identidad.
En su entrada anterior Ud. hace referencia a la vida espiritual, sólo que no sé exactamente qué es el espíritu y ni siquiera sé si es algo que existe. Para llegar a ello habría que hacer una profunda reflexión, cosa que no estoy capacitado para, ni estoy dispuesto a hacer. Además, el reflexionar al respecto, según usted, sería muy poco espiritual.
Por otro lado, cabe decir que los caminos hacia lo "espiritual" son muchos, si entendemos por ello aquello que nos alimenta, nos ocupa horas vacuas, nos genera ganas de hacer y nos hace ser mejor gente. Esta podría ser la función del arte, la ciencia, o lo que usted quiera. Cabe aclarar aquí entonces que el señor Narvaja, por si usted lo ignora, ha consagrado su vida a la filosofía, la cual lo alimenta día a día, como a mí puede alimentarme la práctica diaria de la música. El acto de pensar, en Narvaja, constituiría entonces una enorme contribución a lo que algunos llamarían su vida espiritual.
Saludos.
Estimado Sr. Colucci:
Debo confesarle que este intercambio de opiniones ha pasado a agradarme. En un principio me dio la impresión de que usted escribía una réplica a mi comentario un tanto irónica (me tomé un poco personalmente lo de los sombreros) , pero luego de leerlo más veces creo que en verdad usted se ha interesado en la discusión.
Lo más importante que tengo para agregar es que no creo que sean el arte, la música o la filosofía formas de encontrar la espiritualidad. Por ejemplo, que usted practique música todos los días no es un camino a lo “espiritual” si no viene acompañado del disfrute de cada sutil sonido, de cada vibración. Es decir, pienso que más importante que lo que uno haga es cómo se lo toma y cuánto puede disfrutarlo; si elijo dedicar mi vida a sentir aromas y gustos diversos y soy capaz de comer cada bocado con el cien por cien de mi ser, saboreando al máximo cada pedacito, paladeando el juguito de la comida, soy feliz. Por eso, está muy bien dedicar la vida a lo que uno elige (ya sabemos de que hablo en este punto), siempre contemplando y disfrutando al máximo la elección.
Qué se yo. Tal vez para usted lo que escribió Narvaja es un claro ejemplo de lo que acabo de decir: es un filósofo virtuoso, y las veces que lo he visto en su salsa filosófica me ha dado la impresión de disfrutar de eso. Sin embargo, con su “pesadilla” tuve el pálpito de que no había disfrute allí y me dejé llevar. Escribí algo que no es más que una reflexión de madrugada de una señorita de buenos sentimientos, sensible al extremo.
Un gusto señor Luis, saludos (mi nombre es Yamili, pero me dicen Srta. Y, o C).
C, Yamili, o como prefiera Ud. (No sé por qué, pero lo sospeché desde un principio)
Cabe aclarar que amo la discusión y el intercambio, lo cual no implica que omita la ironía en muchos casos. De hecho, la ironía suele estar presente en las discusiones que tengo con mis amigos más queridos.
Cuando enumeré las cosas que podrían llegar a ser "alimento espiritual" hice, y pensé que había sido claro, una incompleta enumeración (como lo suelen ser todas) que concluía con: "o lo que usted quiera", frase que no define un límite, sino más bien todo lo contrario.
Coincido en eso de que el modo en que hagamos lo que hacemos es lo que verdaderamente tiene un efecto positivo (o negativo, según el caso) en nosotros. Estoy de acuerdo en que eso puede provocar un disfute, pero, en todo proceso creativo, científico o de aprendizaje de cualquier tipo, existe algún factor de incomodidad, alguna limitación, alguna frustración. Para tocar el piano hay que aprender escalas y superar dificultades técnicas, para cocinar hay que tener un poco de paciencia y quemarse algunas veces (lo digo por experiencia propia.)
El hacer algo placentero, asumiendo un compromiso con ello, no excluye una dosis de sufrimiento. En cualquier proceso nos encontramos con dificultades y debemos usar nuestras capacidades (pensamiento incluído) para superarlas. Sino, de tan ingenuos, corremos el riesgo de ser excesivamente triviales.
Por otro lado, es difícil juzgar cuánto de sí, cuánto goce pone el otro en lo que hace. Sólo nos queda su obra como resultado y el goce que puede provenir de ella.
Por cierto, como público, como lector, como oyente, tengo mucha más simpatía (y admiración y respeto) hacia algunos "torturados" talentosos, que hacia ciertos mediocres autosatisfechos.
En cuanto al placer de Narvaja en su texto...en fin, lo escrito habla por sí mismo. Usted misma refiriéndose a él usó el término "pesadilla".
Saludos.
PD: Me considero igualmente sensible.
Queridísima Yamili, Srta Y. o C (¿será de ceudónimo?) y muy respetado Sr. Don Luis: Fui leyendo sus comentarios uno a uno, viendo cómo se respondían y creo que ha llegado la hora de decir algo. Me alegrá muchísimo, espiritual, intelectual y sentimentalmente, que la lectura del relato los haya movido a escribir. Dada mi posición sería de dudoso gusto y vana auto referencialidad el opinar (y todos sabemos que eso lleva a paradojas incomprensibles y a dejarse la barba como un cretino).
Sólo quería decirles gracias, muchas gracias.
Con gran afecto, Martín.
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