Observa Teofrasto que la locuacidad no es sino una incontinencia de la palabra. La charlatanería, se esfuerzan por distinguir los filólogos, sería la locuacidad sin propósito. El locuaz, siempre replica, no importa el tema; el charlatán, siempre, afirma. La argumentación requiere así de la presencia, física o simbólica, de ambos: el incontinente y el inoportuno objetor.
Que la filosofía es un género literario dentro de la ficción, aunque muchas veces constituya una ficción muy mala, me parece una tesis irrebatible. De ese género son maestros Voltaire y Chesterton: The man who was Thursday (A nightmare) es una defensa de la superioridad estética y revolucionaria del orden, del milagro del lugar común; Candide ou l’ optimisme no es sino una gran reducción al absurdo de los principios de la filosofía de Leibniz y Spinoza. Ambos maestros son escritores locuaces.
A veces, la filosofía es, no menos, una ficción de argumentación; así, en el ser y la nada, Sartre afirma la inmanencia de la nada en el ser a partir de cosas como “Pedro no-está” o “no-hay diez francos en mi billetera” como si el uso de cursivas y guiones (también abuso de su análogo-alemán-Heidegger) tuviera alguna clase de virtud estética o vínculo con la verdad. “Si hay que saber bailar con los pies, con los conceptos, con las palabras; ¿es necesario agregar que hay que saber bailar también con la pluma, que hay que aprender a escribir?” comenta Nietzsche, quien tiene toda la razón y actúa en consecuencia. Decir mal es no decir (Oh Sofista 259d-268-d!). La verdad no puede ser enunciada en una mala frase. Y si así no fuera, peor para ella. Afortunadamente, aunque no es posible saber qué es verdad, sí podemos saber cómo no enunciarla.
Lo importante es escribir bien, como Russell, como Hume, como Bergson, Platón, Descartes, Machado, etcétera… Y en consonancia con lo dicho quisiera proponer un nada nuevo criterio de corrección argumental: ningún buen argumento es una mala ficción, ninguna buena ficción es un mal argumento. De este modo, Walzer y Rawls son peores que Philip Dick y John Stuart Mill, y Huxley y Borges mejores que Kant. Y si así no fuera, peor para ellos.
Que la filosofía es un género literario dentro de la ficción, aunque muchas veces constituya una ficción muy mala, me parece una tesis irrebatible. De ese género son maestros Voltaire y Chesterton: The man who was Thursday (A nightmare) es una defensa de la superioridad estética y revolucionaria del orden, del milagro del lugar común; Candide ou l’ optimisme no es sino una gran reducción al absurdo de los principios de la filosofía de Leibniz y Spinoza. Ambos maestros son escritores locuaces.
A veces, la filosofía es, no menos, una ficción de argumentación; así, en el ser y la nada, Sartre afirma la inmanencia de la nada en el ser a partir de cosas como “Pedro no-está” o “no-hay diez francos en mi billetera” como si el uso de cursivas y guiones (también abuso de su análogo-alemán-Heidegger) tuviera alguna clase de virtud estética o vínculo con la verdad. “Si hay que saber bailar con los pies, con los conceptos, con las palabras; ¿es necesario agregar que hay que saber bailar también con la pluma, que hay que aprender a escribir?” comenta Nietzsche, quien tiene toda la razón y actúa en consecuencia. Decir mal es no decir (Oh Sofista 259d-268-d!). La verdad no puede ser enunciada en una mala frase. Y si así no fuera, peor para ella. Afortunadamente, aunque no es posible saber qué es verdad, sí podemos saber cómo no enunciarla.
Lo importante es escribir bien, como Russell, como Hume, como Bergson, Platón, Descartes, Machado, etcétera… Y en consonancia con lo dicho quisiera proponer un nada nuevo criterio de corrección argumental: ningún buen argumento es una mala ficción, ninguna buena ficción es un mal argumento. De este modo, Walzer y Rawls son peores que Philip Dick y John Stuart Mill, y Huxley y Borges mejores que Kant. Y si así no fuera, peor para ellos.
6 comentarios:
Me gustó la primera parte de lo que escribiste. La filosofía requiere claridad antes que poesía. Esta última puede añadirle color en algunos casos, pero en los más no logra otra cosa que oscurecer los conceptos. Muchos autores no dejan de escribir apelando a redundantes juegos de palabras que nada dicen; pareciera que lo hacen con el solo fin de vender más libros a quienes se deslumbran sin demasiado estímulo.
bueno ariel hay que comer de algo.
Yo estoy de acuerdo Martín, aunque hay que mencionar algo, que es aquello que pone por encima de los demás a, por ejemplo, Hume Chesterton y Russel: Hay que tener gracia.
Estimados Ariel y Lautaro: vamos por partes.
Es cierto que la claridad es una virtud, pero no es la única ni es definitiva. Muchas veces, especialmente en textos de filosofía, la claridad suele ser una sacralizada forma de aburrir al lector sin decir nada interesante. Mis criticados pasajes de Sartre son bastante más placenteros que el "clarísimo" Moore o Sellars. El humor, la gracia, sí me aprecen más fundamentales.
Hay una tercera cosa, sobre la que escribiré más en otro momento, que tiene que ver con la sensibilidad y es bastante estética. Para escribir buena filosofía, hay que ser buena gente, esto es, querer ser buena gente. Cundo ese no es el caso, los aciertos son vulgares y los errores imperdonables.
posta que es así
pero eso es algo que no se restringe a la filosofía, sino a casi todo, o al menos, a más de la mitad de las cosas del mundo
anoche pensaba "ah cuanta razon tiene martin"
espero con ansias lo que sea que escribas sobre lo de que hay que ser buena gente para escribir buena filosofía
Esos son los pensamientos que hay que tener... :P
En breve, la próxima entrada o la siguiente.
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