Me
desperté a las tres y diez de la mañana con la sensación de haber tenido un
sueño. No recordaba nada de lo que pasaba en él, pero creí recordar que
sucedía de noche, en un lugar determinado de una ciudad determinada que no podía
precisar. Tal vez había una mujer a quien tal vez conocía, pero no sabía su
nombre ni recordaba su cara. Todo era tan difuso que supuse que el sueño nunca
había existido y que era sólo una invención producida en ese breve instante de vigilia, pero la sensación de
haberlo soñado permanecía. Pensé en volver a dormirme de inmediato para
intentar recuperarlo, pero supe que eso era imposible, que a lo sumo podría
fabular otro sueño que me hiciera olvidar el primero o reinventarlo, es decir, falsearlo, así que decidí levantarme para escribir y falsear esta historia. Entonces comprendí, repentinamente, que todo (una decisión cotidiana, un hecho trascendente, una vida entera) es tan fugaz, banal, críptico e impreciso como ese o cualquier otro instante.