Lo confieso: tengo debilidad por los documentales sobre la historia del siglo XX y, fundamentalmente, sobre la segunda guerra mundial. No tengo el hábito de ver programas de TV con regularidad, por lo cual es raro que siga una serie, pero lo cierto es que he visto desordenadamente varios de los capítulos (creo que todos y, algunos de ellos, más de una vez) de Apocalipsis, una serie documental francesa sobre la segunda guerra.
No pretendo hacer aquí una crítica (y mucho menos un análisis ideológico) sobre los contenidos de la serie sino de algunas características de su realización y, en particular, de la versión en castellano.
La serie está bien realizada, debidamente contextualizada y están correctamente cubiertos todos los acontecimientos, considerando la diversidad de frentes que se abrieron en esa guerra que, además, duró nada menos que seis años. Las imágenes son, en su mayoría, filmaciones restauradas ya vistas en otras producciones similares. Lo verdaderamente novedoso aquí es, precisamente, lo que me molesta: el registro fílmico, originalmente en blanco y negro, está coloreado, lo cual desde, mi punto de vista, no sólo representa un falseamiento del material documental sino que atenta contra la misma estética de la serie. Los colores, muy lejos de realzar las imágenes, las aplanan, uniformando tanto los paisajes de fondo como los matices de, por ejemplo, los colores de la piel. Francamente, no alcanzo a entender el sentido de esto.
En cuanto a la versión en castellano, debo decir que doblar en vez de subtitular me parece una atrocidad. Puedo conceder que en el caso de un documental no sea tan grave como en las películas de ficción, puesto que la locución en off, más bien neutra e inexpresiva, se ve menos afectada que una interpretación actoral. Más allá de lo interpretativo, que no viene al caso, tengo una razón más para preferir el subtitulado al doblaje: si uno entiende, en mayor o menor medida, el idioma original, puede al menos contrastar los subtítulos con el audio, lo que a menudo revela horrores en la traducción. Con el doblaje uno no tiene más remedio que confiar en el traductor.
Pero por otro lado, y esto puede deberse a mi quisquillosidad, hay que padecer las incapacidades fonéticas -especialmente con respecto al idioma alemán- de la persona encargada de la locución. No me importa especialmente que utilice las versiones castellanizadas de los sustantivos propios alemanes, sino que invente pronunciaciones. Por Múnich (tal como se escribe y pronuncia en castellano) hay que tolerar un vocablo inexistente que se aproxima a "Miúnic", mientras que en alemán sería München, cuya pronunciación (ˈmʏnçən) no se parece ni remotamente a aquella. La Wehrmacht se convierte en "Vermach" en vez de [ˈveːɐ̯maxt] o de, al menos, "Uermacht" como se pronunciaría en castellano. ¿Por qué esa arbitrariedad? ¿Por qué pronunciar la "w" como "v" y no la "ch" como "j"? ¿Por qué no decirle "el ejército alemán"?
Los soviéticos tampoco se salvan: "Babi Yar", en Ucrania, se convierte en "Beibi Iar", como si se tratara de "baby" en inglés. ¿Será el título de un blues?
Entiendo que un locutor no debe necesariamente saber la fonética de todos los idiomas (aunque es parte de su formación conocer algunas) pero también es cierto que proyectar el doblaje de una serie de seis capítulos de casi una hora cada uno que, además, se exportará a varios países, implica, supongo, tener algún asesor que le de a aquél una idea de cómo se deben pronunciar ciertas palabras. Si no, lo mejor será decirlas directamente en castellano.
O bien se puede buscar en Internet, cosa que es escandalosamente sencilla.