Alguien
corta un árbol. Lo hace porque necesita leña y es invierno, o
porque es leñador y entonces tiene el oficio de hacerlo y eso lo
define como persona y si no lo hiciera caería en una crisis que lo
llevaría a acumular cantidades insoportables de angustia que sólo
podría combatir con una buena actividad física como cortar árboles.
No importa por qué lo hace, lo importante es que alguien corte un
árbol.
El
árbol, cortado con una sierra Kolhmann & Schnaps de medio tiro,
resulta muy grande para cualquier propósito fuera del talado con una
sierra Kolhmann & Schnaps cuyos dientes de gran tamaño exigen
piezas de taladuría mayor, por lo cual su tronco es cortado primero
en dos secciones, la primera de las cuales ocupa un tercio del largo
del tronco yacente, en tanto que la otra mitad, cuyo largo equivale
al de los dos tercios restantes, es dividida de igual modo,
correspondiéndose a la mayor pureza de la madera la última sección,
de idílica calidad tan sólo apreciable por aquellos que de una u
otra manera hubieran logrado ascender hasta ella desde la base del
tronco o, una vez talado insolentes se le acercaran.
Pero
incluso la sección superior y de más finas vetas resulta enorme,
por lo que sufre una nueva secesión (la misma suerte corren las
otras pero en distinta proporción: uno, dos, tres, cinco, siete,
once, trece y diecisiete partes). Ostentando ya las partes un tamaño
sensiblemente menos inasible, comienza el trabajo del hacha
Lockemeyer (marca registrada en USA) que convierte las partes
resultantes en leños de tamaño mediano, ideales para procesar y
convertir en astillas que fácilmente se reprocesan deviniendo en un
aserrín grosero, en primera instancia, y luego de una textura
semejante a la de la arena o la sal.
Esas
partículas diminutas de polvo vegetal son demasiado pequeñas para
cualquier uso, excepto para uno: frotarse las manos transpiradas para
poder tomar la sierra Kolhmann & Schnaps de medio tiro, que es
muy efectiva, pero muy pesada y bastante peligrosa, y cortar un
árbol. Porque el hombre necesita leña, o debe cortar un árbol
porque le es imperativo, o porque es leñador y se define en su ser
con ello, o porque le gusta, o es su hábito, o porque el bosque es
grande, él esta solo y la naturaleza gusta de las pequeñas ironías
inconducentes a las que somete y con las que entretiene a sus
criaturas o, quizás, porque es la única forma en que puede
justificar el aserrín en sus manos y el inútil crimen de haber
perdido su día cortando un árbol.