lunes, 30 de abril de 2012

Betiana

Pablo abraza una pasión inútil: huele sistemáticamente el cuarto en el que Betiana es todavía una presencia material más que un recuerdo. No se permite aceptar, la idea le parece intolerable, que con cada inhalación algunas partículas de Betiana se hacen imperceptibles y dejan de existir. Progresivamente, con el paso del tiempo, se irán disipando con ella, lo quiera o no. 
Finalmente encuentra solución a su angustia, la única que de su voluntad depende y de su escasa inventiva puede desprenderse. Un reemplazo. Una compensación. Una esencia que se intensifique día a día, que devuelva el equilibrio a los espacios cada día más inodoros e irreales. Luego de cerrar definitivamente el departamento de la calle Arenales, que sus padres le habían regalado como regalo de casamiento (ese día le parecía tan lejano como las fotos  polaroid), anunció que se tomaba vacaciones. Una licencia en el trabajo, un par de llamados completaron los preámbulos  de su viaje a la Isla Crozet. Cambiar de aire.
Llevado el perro a casa de su hermano, que los había presentado a fines de los noventa  (ella usaba el pelo corto entonces y parecía casi un muchacho), Pablo se murió de tristeza, asistido por unos cortes oportunos y llevándose consigo todos los simulacros de Betiana que flotaban en el aire dormido. Su cuerpo se descompuso partícula por partícula, aceleradamente, combinándose y fundiéndose con las que quedaban de la presencia ya casi imperceptible de ella.
Siete meses más tarde, el agente inmobiliario encargado de las guardias del departamento no puede dejar de oler el aroma dulce que para él no significa nada. El agua lavandina, el perfume ambiental y las ventanas abiertas (que vuelven los ambientes fríos más que ventilados) son apenas eficientes, pero implacables. Nada, por otra parte, que una reducción en el precio pedido por el departamento, la inflación y la escasez de oferta inmobiliaria en barrio norte no pueda solucionar. Eso por lo menos, es lo que insistentemente le dicen a Betiana los dueños de la inmobiliaria, ávidos siempre de una comisión.  A ella le importa poco, como tantas otras cosas en las que prefiere no pensar.