a C. D., C. T., M. M y la memoria de A.B. C.
No podía evitarlo. Tenía una cita de Chesterton en la cabeza que le venía a la punta de la lengua cada tres minutos y medio desde hacía una semana. Más de tres mil ocasiones lo había asaltado ya la tentación de decir: "Hay dos formas de interpretar este crepuscular mundo nuestro: como un amanecer y como un ocaso"
Sencillamente, le encantaba. Que el ocaso y el amanecer fueran interpretaciones impuestas a un mundo cuya realidad es en sí misma crepuscular era un acierto de una felicidad que podría envidiar el propio Oscar Wilde (que fue muy rico y poco feliz, como todos aquellos que tienen ocasión de haber vivido su madurez en Reading).
Por suerte, pensó, podría usarla muy pronto en ocasión del congreso literario al q ue estaba yendo, nada menos que en Cusco y financiado por el largamente esperado subsidio de la Universidad de Buenos Aires y la Agencia de Propaganda Científica. Y si su posición en el mundo académico no era envidiable, lo que se evidenciaba en la mesa que le habían asignado, a las 7:30 la mañana del último día del congreso, sábado, había logrado imponer su tema: la ficción de Peter Kapra y su traducción al español por los editores catalanes de la internacional Toray.
La obra de Kapra abarcaba 274 novelas breves de ciencia ficción y tres volúmenes de relatos aparecidos en revistas del género. Un corpus admirable y enorme, mastodóntico hubiera dicho lugones de no haberse pegado un tiro veinte años antes de la publicación de Año 500.000, Planeta sin Tiempo, Odio en Kosol y tantos otros. Un corpus magnífico que él, Oxi Cabrini, dominaba por completo. Y lo mejor de todo , pensaba él, era que, a su modo de ver, Kapra era el próximo Pessoa (sin la necesidad de aburrir con el banal cambio de nombres, la saudade y ese medio idioma, más apto para la crónica deportiva que para la literatura). Kapra era el autor por descubrir en los años venideros de la crítica literaria, uno de los los genios más prolíficos que diera la ciencia ficción norteamericana de la costa oeste de la segunda mitad de la década de 1960.
En fin, todo esto pensaba el licenciado Cabrini con su espíritu crepuscular cuando un coco le cayó en la cabeza y poco más le rompe la crisma.
Al despertar, le pareció que el mundo era claramente un amanecer, que eso del crepúsculo era una ambigüedad evitable, que la ciencia ficción y los policiales son géneros pervertidos y que por suerte podía dedicar su postdoctorado a Lope de Vega o inclinarse por algún texto no excesivamente estudiado de Cervantes. Eso, después de todo, es lo que le había sugerido su novia a la que debió haber escuchado mucho tiempo atrás, especialmente antes de que lo dejara por el experto en pingüinos emperadores que luego se haría famoso por dejar morir la osa polar del zoológico de González Chaves, que muchos argumentan no era un oso, lo que se dice un oso, y tenía de polar poco más que una peluca blanca. "Hubo una maratón nocturna de Bergman en TCM y me quedé dormido" declaró el muy imbécil luego de ser exonerado. ¿Cómo podía haberlo dejado por semejante orangután diplomado?
Pensándolo mejor, se dijo asintiendo internamente, el mundo era más bien un ocaso o no. A fin de cuentas no estaba nada mal la cita de Chesterton. Definitivamente tenía que abrir su ponencia con ella.