Hace algunos años, solía iniciar mis cursos de filosofía política leyendo un pasaje de John Stuart Mill. En su acápite a On Liberty escribía: "A la querida y llorada historia de la que fue inspiradora, y en parte autora, de lo mejor que hay en mis obras: a la memoria de la amiga y de la esposa, cuyo exaltado sentido de lo verdadero y de lo justo fue mi estímulo más vivo, y cuya aprobación fue mi principal recompensa, dedico este volumen. Como todo lo que he escrito desde hace muchos años, es tanto suyo como mío; pero la obra, tal cual está, no tiene sino, en un grado muy insuficiente, la inestimable ventaja de haber sido revisada por ella; algunas de sus partes más importantes se reservaron para un segundo y más cuidadoso examen, que ya nunca han de recibir. Si yo fuera capaz de interpretar para el mundo la mitad de los grandes pensamientos y nobles sentimientos enterrados con ella, le prestaría un beneficio más grande que el que verosímilmente pueda derivarse de todo cuanto yo pueda escribir sin la inspiración y la asistencia de su sin rival discresión".
El ensayo que le sigue tiene numerosas desprolijidades, argumentos no del todo sólidos, algunas tesis controversiales e incluso contradictorias. Sin embargo, después de esa introducción, uno ya sabe que cualquiera de los errores es menor, que encontrar cualquier defecto producirá molestia e incomodidad. Después de esa introducción uno quiere que él tenga razón, uno sabe que el texto está escrito por un buen hombre. Basta ese pasaje inicial para justificarlo.
En una de sus cartas a Rousseau, fechada el 12 de septiembre de 1756, Voltaire se excusa por no poder responder a cierta discusión propuesta por el autor del Contrato. Cuenta que está enfermo, al cuidado de sus nietos y que eso no le deja demasiado tiempo para las diversiones filosóficas. Escribe: "... de todos los que lo ha leído, nadie lo estima más que yo, al margen de mis maliciosas humoradas; y que de todos los que lo verán [Rousseau planificaba por entonces regresar a Francia] nadie está más dispuesto a quererlo tiernamente. Je commence par supprimer toute cérémonie". Más allá de sus maliciosas humoradas, el viejo y enfermo Voltaire escribe a su viejo rival, también enfermo. Y no le expresa más que amistad: Empiezo suprimiendo toda ceremonia.
Hay cierta sensibilidad, estética o moral da igual, que se manifiesta en la emoción ante regalos muy humildes o en la sensación ante un muerto querido de haber podido ser más buenos con él y no haberlo sido. Hay alguna fibra capaz de comprender el error bien intencionado. Alguna dignidad en hacer el mejor intento, fracasado o no.
En Filosofía, donde las soluciones saben ser varias, y muchas las alternativas para expresarlas, el error es casi inevitable, si es que tiene sentido hablar de errores o de verdad y falsedad en este ámbito. La cuestión es cuál es el contexto de ese error.
Estoy persuadido de que un buen hombre se equivoca mejor que uno malo, de que aquella sensibilidad basta para ser bueno y de que el éxito del insensible es vulgar (estética o moralmente, da igual). Un mal hombre no puede hacer buena filosofía, como no puede hacer nada demasiado bien, porque nada bueno es vulgar. Palabras más, palabras menos.