viernes, 14 de marzo de 2008

Las primeras visiones del mundo, cosmologías y cosmogonías. Cosmología y lugar geográfico.

Dios creó la tierra, pero la tierra no tenía sostén y así bajo la tierra creó un ángel. Pero el ángel no tenía sostén y así bajo los pies del ángel creó un peñasco hecho de rubí. Pero el peñasco no tenía sostén y así bajo el peñasco creó un toro con cuatro mil ojos, orejas, narices, bocas, lenguas y pies. Pero el toro no tenía sostén y así bajo el toro creó un pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso oscuridad, y la ciencia humana no ve más allá de ese punto. Citado por J L Borges y M Guerrero en El libro de los seres imaginarios.


Un epígrafe es, inevitablemente, un pasaje de significación sugerente, de no más de dos líneas y al que no se hace mención explícita en el cuerpo del texto. Exceptuando lo primero, es manifiesto que no es tal aquí el caso. Este párrafo, no es un epígrafe, ni el epígrafe un párrafo, ni una pipa, ni una granada, ni algodones. Mucho menos una jirafa, un heliogábalo, o un hipogrifo; animal mítico que, según el diccionario, se compone de dos mitades, ambas de animales míticos compuestos de mitades de animales reales.
He elegido ser breve, la única dignidad, amén del uso de pantalones en lugares públicos, de quien sabe efímera su obra. Podemos observar en el texto anterior el modo, casi natural, en que la descripción o discurso sobre el cosmos se entrelaza con la cosmogonía, es decir, aquel sobre su origen, y, así, con los límites de la ciencia o el conocimiento humanos.
Desde hace miles de años, lo que para nosotros es la eternidad, somos inquilinos permanentes de la Tierra. Hemos, bajo los actuales u otros arbitrarios nombres, observado a los astros con cierta deferencia. Cielo y tierra han sido ámbitos separados y diferentes. Desde entonces, se han postulado interrogantes de carácter diverso, no obstante íntimamente relacionados: dónde habitamos, de dónde provenimos, qué leyes rigen, si es que alguna, los días, las noches y a nosotros mismos.
Respecto de estos interrogantes se han ensayado respuestas, y acerca del origen de ellas se han sostenido al menos dos posturas opuestas. La primera lo encuentra en un conjunto de necesidades, la segunda en un estado en el cual éstas ya han sido satisfechas. Se habría mirado hacia el cielo en busca de regularidades que fuesen de utilidad para la solución de un conjunto de problemas, o bien, una vez solucionados y ya con una motivación distinta. Pueden hallarse aparentes ejemplos de ambas cosas. Lo cierto es que no sabemos qué es lo que realmente ha ocurrido, ni tampoco es probable que lleguemos a saberlo algún día, por lo que la cuestión se torna ociosa y carente de interés; nada puede conocerse de lo que no hay.
El título del tema que debo desarrollar sugiere algún tipo de relación entre las cosmologías y los lugares geográficos. Intentaré de aquí en más elucidar este punto. En adelante, pasaré por alto los ejemplos, más allá de su ocasional mención. En primer lugar, la geografía (léase: las condiciones geográficas) no es suficiente para determinar una cosmología o cosmogonía en particular, para ello me baso en el hecho de la coexistencia en un mismo ámbito geográfico de cosmologías diferentes e incompatibles (los casos griego y egipcio son prueba suficiente). En segundo lugar, la geografía tampoco es necesaria, resultando en cambio muchas veces onerosa; qué cosa más arbitraria que la altura del Monte Egmont, el eco hábitat del tigre o esa escolástica distinción entre "tiempo" y "clima". Prueba de ello es el hecho de la existencia de una misma cosmología en lugares geográficos diversos.
Podría, sin embargo, pensarse la relación no entre los factores geográficos y las cosmologías, sino entre las disciplinas que de ellos se ocupan. En tal sentido, habría una relación entre geografía y cosmología en tanto estas disciplinas tuviesen presupuestos o metodologías relacionados.
Lo que se acaba de decir se puede interpretar de un modo fuerte. En ese caso, se afirmaría que, determinado un contexto, el estudio de las regularidades terrestres y las celestes debe, siempre, partir de supuestos comunes y operar con método análogo. Esta tesis es evidentemente falsa (ejemplo de ello es la concepción aristotélica o las contemporáneas de la astrofísica y la geografía social). La tesis débil sostendría que hay cierta inclinación o tendencia hacia la unificación o a la común inspiración (ceteris paribus, al ejemplo anterior). Entre ambas, en tal caso, lo sostenido es más plausible pero, además de probablemente falso, inocuo.
Hubiese querido también tratar la relación entre la explicación cosmogónica o mítica y la empírica o científica, las múltiples intersecciones y determinaciones entre ambas, pero ello excede con mucho este punto acerca del cual creo haber dicho suficiente. Id Est, y a modo de conclusión, la cosmología y el lugar geográfico no tienen ninguna relación significativa.